sábado, 31 de agosto de 2019

Micotoxinas



     Así describe un cronista del año 943 a una enfermedad que alcanzó proporciones epidémicas en Europa: “Había en la calle hombres que se desplomaban, entre alaridos y contorsiones; otros caían y echaban espuma por la boca, afectados por crisis epilépticas, y algunos vomitaban y daban signos de locura. Muchos gritaban: ¡Fuego! ¡Me abraso!. Se trataba de un fuego invisible que desprendía la carne de los huesos y la consumía. Hombres, mujeres y niños agonizaban con dolores insoportables.” La llamaron fuego de San Antonio porque los enfermos iban al santuario del santo con la esperanza de sanar. Hoy sabemos que el mal se debía al consumo de centeno contaminado con micotoxinas producidas por el hongo cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea). Y no sonriamos con suficiencia pensando que tales toxinas ya no nos afectan: muchos jóvenes, en la segunda mitad del siglo XX, eligieron el LSD, un producto sintético derivado de las micotoxinas del cornezuelo, para experimentar alucinaciones… o padecer psicosis artificiales. Que mucho son los caminos por los que circula la estulticia humana.
     Probablemente las sustancias tóxicas producidas por hongos han ocasionado enfermedades (entre las que se hallan el cáncer y la inmunodepresión) desde que la humanidad comenzó a cultivar plantas; la exposición a ellas, por ingestión, inhalación o absorción cutánea, es peligrosa e, incluso, pueden provocar la muerte. Los epidemiólogos no descartan que la reducción demográfica habida en Europa occidental durante el siglo XIII se debiese a la sustitución de centeno por trigo que contenía micotoxinas del hongo Fusarium; el mismo hongo que contaminó los cereales, almacenados en Siberia durante la segunda guerra mundial, y que ocasionó la muerte de miles de sufridos rusos.
     Convencidos ya de la peligrosidad de las micotoxinas del cornezuelo, indicamos un remedio que, al menos durante la Edad Media, resultaba salutífero. Los sufridos enfermos debían hacer el Camino de Santiago. ¿Acaso el influjo del Apóstol determinaba la curación? Porque curaciones había. El escritor, humildemente, tiene otra posible explicación. El consumo de pan de centeno estaba extendido en Centroeuropa y la presencia del cornezuelo en la harina era abundante en Alemania y Francia, donde el centeno era el cereal más cultivado. Ahora bien, gran parte del Camino discurre por Castilla, cerca de las grandes llanuras trigueras. Nos consta que los monjes del monasterio de San Antón de Castrojeriz (Burgos) curaban a los peregrinos enfermos. ¿Quizás porque el pan de trigo candeal, desprovisto de cornezuelo, acompañaba a los amorosos cuidados de sus moradores? ¡Ah!

1 comentario:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Cuando ingieres una planta o un hongo sufres en tu organismo el efecto que causan las moléculas que contiene la planta o el hongo: nada exotérico hay en tal ingestión, ni en los efectos que producen sus moléculas en el metabolismo de tus células. Se trata de moléculas, nada más, nada menos.

En concreto, y dicho de una manera técnica, los hongos Fusarium producen moléculas tóxicas como el deoxinivalenol (DON), la zearalenona (ZEA), las fumonisinas o las toxinas T2 Y HT-2. El el hongo Claviceps produce moléculas tóxicas como la ergometrina y ergotamina.

Saludos