sábado, 27 de abril de 2019

Mitocondrias y antepasados


Hace unos dos mil millones de años, cuando aún había poco oxígeno en el planeta, una bacteria primitiva que malvivía de la fermentación de moléculas orgánicas engulló una célula que había adquirido la capacidad de respirar. El acontecimiento constituyó un punto crucial en la evolución biológica porque la respiración libera mucha más energía que la fermentación. La abundancia de oxígeno en la atmósfera constituyó, desde entonces, la fuerza impulsora de la relación simbiótica entre las dos células, una relación provechosa para ambas, pues una generaba energía en correspondencia al refugio y sustento ofrecidos por la otra. Con el tiempo, la célula absorbida se convirtió en un orgánulo de la célula anfitriona, que acabó siendo antecesora de todas las modernas células nucleadas de las algas, hongos, animales y vegetales. Las descendientes de aquellas bacterias simbióticas que respiraban son las mitocondrias, las centrales energéticas de las células nucleadas, donde se desarrolla el proceso químico que es la fuente primaria de la energía celular y que hemos llamado fosforilación oxidativa.
Las mitocondrias, por ser descendientes de una bacteria independiente, poseen su propio material genético; y su ADN se reproduce por sí mismo, casi autónomamente, cuando la célula anfitriona se divide. Se trata de un ADN muy pequeño -el humano contiene solamente treinta siete​ genes y codifica trece proteínas-; que está situado en un entorno expuesto al daño oxidativo producido por los radicales libres generados en la propia fosforilación oxidativa; si a esto añadimos que no está protegido, y que los variados y complejos mecanismos de reparación de daños son poco eficientes, resulta que las mutaciones del genoma mitocondrial pueden ser  hasta ser diez veces mayores que las del genoma del núcleo de la célula. Los biólogos han advertido que, en el cromosoma diecisiete, hay una copia del genoma mitocondrial humano. ¿Tienen alguna utilidad estos pseudogenes (así los llamamos) mitocondriales humanos? Y ya que nos referimos a utilidades, mencionemos una inesperada. El ADN mitocondrial humano nos muestra nuestra ascendencia materna, porque sólo por vía materna se hereda; ello nos ha permitido averiguar que los humanos descendemos de una única antepasada –la llamamos Eva mitocondrial- que vivió hace ciento noventa mil años en África Oriental; la población europea, en cambio, desciende de siete Evas: una vivió en Grecia, las otras, en el Cáucaso, la Toscana (Italia), Cantabria, Pirineos, centro de Italia y Siria; salvo los lapones (Noruega y Finlandia), el resto de europeos contemporáneos descendemos de esos siete clanes.

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