Su
nombre confundirá al lego lector pues las enanas marrones no son marrones, sino
rojas. Con menos masa que las estrellas, pero más que los planetas gigantes
(piénsese en Júpiter o Saturno), las enanas marrones se reputaron antaño de
escasas: nuevas observaciones y mejores instrumentos nos permiten afirmar que son
cuerpos celestes tan comunes, en nuestra galaxia, como las estrellas semejantes
al Sol. La distinción entre estrellas y planetas parece clara. ¡Y no sólo es
cuestión de tamaño! Las estrellas brillan con luz propia, los planetas reflejan
la luz de la estrella a cuyo alrededor giran. Las estrellas tienen masa
suficiente para alcanzar en su interior una temperatura mínima que, mediante la
fusión del hidrógeno, las mantiene luminosas; y nacen del colapso de gigantescas
nubes moleculares de gas y polvo interestelares. Los planetas son demasiado ligeros
para iniciar la fusión nuclear, por lo que son fríos; y nacen de los escombros
que rodean a las estrellas recién nacidas. A caballo entre las estrellas y los planetas,
compartiendo características de unas y otros, se hallan las enanas marrones. Demasiado
ligeras -su masa se halla entre doce y setenta y cinco masas jovianas- para
alcanzar la temperatura necesaria para iniciar la reacción de fusión del
hidrógeno, poseen, sin embargo, la masa suficiente para fusionar deuterio,
el isótopo pesado del hidrógeno.
Las
enanas marrones recién formadas, mientras consumen el deuterio, brillan como
estrellas débiles, emitiendo la mayor parte de la radiación como rayos
infrarrojos; terminado el combustible –en poco tiempo-, se enfrían a
continuación como los planetas. Por esta razón, las atmósferas de las enanas
marrones jóvenes se parecen a las de las estrellas pequeñas, pero a medida que
se enfrían, presentan fenómenos meteorológicos, tales como tormentas de polvo, nubes
y precipitaciones, similares a los que se observan en los planetas gigantes.
Los
astrónomos desean averiguar el origen de estos abundantes astros. Las enanas
marrones se forman igual que las estrellas: una gigantesca nube molecular de
gas y polvo interestelares colapsa por efecto de la gravedad, pero algo
interrumpe el crecimiento de los cuerpos astronómicos: quizá el tamaño diminuto
de los fragmentos -pequeñez debida a las turbulencias del gas interestelar-, o quizá
la interacción gravitatoria con otros objetos cercanos impide la acumulación de
suficiente materia, y lo que iba camino de convertirse en estrella se queda en
una enana marrón. ¡Qué le vamos a hacer!
No hay comentarios:
Publicar un comentario