sábado, 4 de mayo de 2019

Colisiones estelares


Para el observador que lo presencia, el choque de dos estrellas debe proporcionar un espectáculo maravilloso. Hasta hace poco se creía que era un fenómeno imposible; las distancias interestelares adquieren tal magnitud que no cabe imaginar un encuentro violento de una estrella con otra; al Sol podrán ocurrirle otras calamidades, pero no una colisión con otra estrella. James Jeans hizo los cálculos pertinentes: desde que existe la Vía Láctea, nunca han chocado dos estrellas, de los cien mil millones que pueblan el disco de nuestra galaxia. No significa eso que las colisiones sean escasas, la suposición de Jeans no vale para regiones exóticas; concretamente, la mitad de las estrellas de los cúmulos de la Vía Láctea –se conocen centenar y medio- es probable que hayan chocado alguna vez.
¿Qué ocurre cuando dos estrellas colisionan? Como si se tratase de dos vehículos, el encontronazo depende de varios factores: la velocidad, la estructura del coche y que el golpeo sea frontal o lateral. Hay encuentros que apenas abollan los parachoques, otros que corresponden a un siniestro total, y muchos se hallan entre ambos extremos. Así sucede con los astros: el resultado de un choque frontal entre dos estrellas solares dejará una única estrella fusionada; en cambio, en la colisión frontal entre una enana blanca (muy densa) con una estrella solar, ésta quedará aniquilada, y apenas nada cambiará en aquélla; algo semejante le sucede a una sandía –explota- al ser atravesada por una bala.
Imaginemos un choque frontal entre el Sol y una enana blanca (que almacena la masa del Sol en un tamaño cien veces menor). La enana blanca penetraría en la estrella a una velocidad hipersónica, produciendo una onda de choque que calentaría al Sol hasta una temperatura superior a la ignición nuclear. En una hora, la enana blanca habría atravesado la estrella pero el daño sería irreparable: el Sol, sobrecalentado, produciría la energía de cien millones de años en ese breve intervalo. El aumento de la presión expulsaría el gas y la estrella se dispersaría en pocas horas. En otras palabras, tras la colisión, el Sol estallaría como una inmensa bomba nuclear, dejando tras de sí una nebulosa gaseosa. Mientras tanto, la causante de la catástrofe continuaría, impávida, su viaje. ¿Qué le pasaría a los planetas? Sin nadie que los atrajera, se perderían en el espacio; la Tierra, además, sin océanos ni atmósfera, que se habrían evaporado. Congratulémonos, semejante suceso sólo es una pesadilla.

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