Para
el observador que lo presencia, el choque de dos estrellas debe proporcionar un
espectáculo maravilloso. Hasta hace poco se creía que era un fenómeno
imposible; las distancias interestelares adquieren tal magnitud que no cabe
imaginar un encuentro violento de una estrella con otra; al Sol podrán
ocurrirle otras calamidades, pero no una colisión con otra estrella. James
Jeans hizo los cálculos pertinentes: desde que existe la Vía Láctea, nunca han
chocado dos estrellas, de los cien mil millones que pueblan el disco de nuestra
galaxia. No significa eso que las colisiones sean escasas, la suposición de
Jeans no vale para regiones exóticas; concretamente, la mitad de las estrellas de
los cúmulos de la Vía Láctea –se conocen centenar y medio- es probable que hayan
chocado alguna vez.
¿Qué
ocurre cuando dos estrellas colisionan? Como si se tratase de dos vehículos, el
encontronazo depende de varios factores: la velocidad, la estructura del coche
y que el golpeo sea frontal o lateral. Hay encuentros que apenas abollan los
parachoques, otros que corresponden a un siniestro total, y muchos se hallan
entre ambos extremos. Así sucede con los astros: el resultado de un choque
frontal entre dos estrellas solares dejará una única estrella fusionada; en
cambio, en la colisión frontal entre una enana blanca (muy densa) con una
estrella solar, ésta quedará aniquilada, y apenas nada cambiará en aquélla;
algo semejante le sucede a una sandía –explota- al ser atravesada por una bala.
Imaginemos
un choque frontal entre el Sol y una enana blanca (que almacena la masa del Sol
en un tamaño cien veces menor). La enana blanca penetraría en la estrella a una
velocidad hipersónica, produciendo una onda de choque que calentaría al Sol
hasta una temperatura superior a la ignición nuclear. En una hora, la enana
blanca habría atravesado la estrella pero el daño sería irreparable: el Sol,
sobrecalentado, produciría la energía de cien millones de años en ese breve
intervalo. El aumento de la presión expulsaría el gas y la estrella se
dispersaría en pocas horas. En otras palabras, tras la colisión, el Sol
estallaría como una inmensa bomba nuclear, dejando tras de sí una nebulosa
gaseosa. Mientras tanto, la causante de la catástrofe continuaría, impávida, su
viaje. ¿Qué le pasaría a los planetas? Sin nadie que los atrajera, se perderían
en el espacio; la Tierra, además, sin océanos ni atmósfera, que se habrían
evaporado. Congratulémonos, semejante suceso sólo es una pesadilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario