sábado, 26 de marzo de 2016

Quitosano, plástico biodegradable


Una época de la historia de la humanidad se calificó como edad de piedra, otra como edad de los metales. Si tuviésemos que elegir un material para designar el siglo XX escogeríamos el plástico, probablemente no votaremos lo mismo para aludir al siglo XXI; ante la necesidad de reducir el consumo de materiales no biodegradables, los investigadores han rescatado al quitosano, descubierto en 1859 y olvidado desde entonces.

Descubrí al material que podría jubilar al plástico de la manera más imprevista. El turista que viaje a Bruselas y vaya al Palacio Real podrá admirar la bóveda del Salón de los Espejos. Creado por Jan Fabre, en 2002, consta de un tapiz formado por un millón cuatrocientos mil escarabajos joya (Sternocera aequisignata) pegados al techo; se trata de un bupréstido de hermosa iridiscencia esmeralda cuyo tamaño oscila entre tres y cuatro centímetros, una especie no protegida y abundante en numerosos países. Para diseñar “El Cielo de las Delicias”, que así se llama la composición, el artista se había inspirado en las antiguas y refinadas culturas de Asia, que adornaban pinturas, textiles y joyería con alas de escarabajos. El tegumento (la capa más externa) de estos coloridos insectos contiene quitina, el segundo biopolímero más abundante en la naturaleza después de la celulosa. A ella se asemeja, pues si bien la celulosa es un polisacárido compuesto por la unión de muchas moléculas de glucosa, un azúcar sencillo, la unidad constituyente de la quitina es una glucosa modificada, la N-acetil-glucosamina. ¿Cómo se obtiene el quitosano? Logrando que entre el sesenta y el cien por cien de las unidades que componen la quitina pierdan un grupo de átomos (se desacetilen, apuntarían los técnicos). Se consigue así un material resistente, biocompatible, biodegradable y muy barato: pues la quitina no sólo se encuentra en todos los insectos, sino también forma el esqueleto externo de los crustáceos (langostinos, camarones, centollas, langostas o kril) y no me olvido de que la industria pesquera arroja a la basura las cabezas y caparazones de las gambas que recoge.

Inspirándose en las propiedades de este material, el doctor Javier Fernández ha sintetizado en su laboratorio el shrilk: una mezcla de quitosano y fibroína -una proteína de la seda- rígida como las alas de un insecto o elástica como sus articulaciones; con el nuevo material pretende, por un lado, reducir la dependencia del plástico, por otro, conseguir piel artificial, sutura reabsorbente o pegamento quirúrgico. ¡No se satisface con poco!

No hay comentarios: