La
cantidad de dióxido de carbono emitido por los automóviles es un hecho que
merece ser valorado. Un artículo de Manuel Gómez Blanco, publicado en
2014, aporta interesantísimos datos. Las nuevas clases medias que están
surgiendo en China, Brasil, Rusia, India, Indonesia y México
quieren disfrutar de la comodidad que proporciona un coche; y no hay argumentos
para impedir que ejerzan su voluntad. En 2014 ochenta y cinco millones de
automóviles se han fabricado e incorporado a las carreteras del mundo; de
seguir a este ritmo el parque automovilístico, que superó los mil millones en
2011, podría llegar a dos mil quinientos en 2050. Y sabemos que el noventa y nueve
por ciento de los vehículos queman combustibles fósiles colaborando al
calentamiento de la atmósfera; si la industria del automóvil quiere asegurar su
supervivencia debe resolver el problema.
Desde
la crisis del petróleo de 1973 y la consiguiente subida del precio de los
combustibles, los fabricantes han reducido el consumo de los vehículos; el
cambio climático ha acelerado el proceso. La eficiencia se ha mejorado optimizando
el rendimiento de los motores térmicos, la aerodinámica y el peso; ya se ha
conseguido ofrecer las mismas prestaciones con inferiores consumos de
combustible y menores emisiones contaminantes. Pero el aumento del parque móvil mundial ha obligado a disminuir
las emisiones de dióxido de carbono hasta un nivel que sólo se puede conseguir
con la incorporación de la electricidad. La electrificación del automóvil empezó
con los primeros modelos híbridos HEV (Hybrid Electric Vehicles), que portaban
baterías de un kilovatio-hora capaces de ayudar al motor
térmico o recorrer distancias de un par de kilómetros con energía eléctrica. Los
híbridos enchufables PHEV (Plug-in Hybrid Electric Vehicles), que combinan un
motor convencional con otro eléctrico, han constituido el siguiente paso en la
evolución. Su motor térmico les habilita para hacer viajes como cualquier coche normal; pero el motor eléctrico lleva baterías (entre seis y doce kilovatios-hora) que se
cargan en cualquier enchufe -incluso durante la marcha- y les permite recorrer de treinta a cincuenta kilómetros con energía eléctrica. Este
coche permite los desplazamientos diarios del ochenta por ciento de los
conductores europeos sin repostar gasolina durante meses. Y la evolución no
debe parar hasta que las baterías ofrezcan autonomía suficiente para que desaparezca el motor térmico y ningún vehículo emita dióxido de carbono.
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