sábado, 7 de febrero de 2015

Autismo, hiperactividad y dislexia


El culto lector sabe que Lancet es una de las revistas de medicina más prestigiosas del mundo, y que un artículo publicado en ella cuenta con una credibilidad máxima; por esta razón se comprenderá mi estupefacción cuando leí un artículo firmado por Philippe Grandjean (de la Universidad de Harvard) y Philip J Landrigan, que apareció en Lancet Neurology del año 2014. Lo comentaré brevemente. Comienzo con la exposición de un hecho: en la actualidad unas anormalidades en el desarrollo neurológico, incluyendo el autismo, el trastorno de hiperactividad y déficit de atención, la dislexia y otros trastornos cognitivos afectan a millones de niños en todo el mundo, y –por si fuera poco- la frecuencia de diagnósticos ha aumentado en los últimos años. Hasta no hace mucho se desconocía su causa; pero hoy ya no podemos alegar ignorancia. En el año 2006 los doctores Grandjean y Landrigan identificaron cinco productos químicos industriales que dañan al cerebro infantil, afectando a su desarrollo: el plomo, el metilmercurio, los bifenilos policlorados (unos líquidos aislantes), el arsénico y el tolueno (un disolvente). Los estudios epidemiológicos complementarios que han realizado los mismos autores desde esa fecha hasta el año 2014 les han servido para incluir seis adicionales: el manganeso, el fluoruro, el clorpirifós (un insecticida), el DDT (un plaguicida), el tetracloroetileno (un disolvente usado en las máquinas de limpieza en seco) y los éteres difenil polibromados (retardantes de llama que se usan en los electrodomésticos, en los ordenadores, en los móviles y en algunos tejidos).

Los investigadores han averiguado también que a muy pocos productos químicos industriales se les ha comprobado su neurotoxicidad, por lo que -postulan- permanecen sin descubrir muchos más. Convencidos de que es su deber proteger el desarrollo cerebral de los niños, manifiestan que ningún producto químico industrial debería considerarse seguro antes de ser evaluado; por estas razones, y aunque reconocen la dificultad de su ejecución, proponen pruebas obligatorias para valorar el potencial neurotóxico infantil tanto de los productos que ya usamos como de los nuevos. Al escritor, atónito, le cuesta creer que sea legal usar productos cuya neurotoxicidad no haya sido comprobada.

Amigo lector, una pandemia silenciosa –así la califican los investigadores- está erosionando la inteligencia de los niños, alterando su comportamiento y dañando nuestras sociedades, si no la frenamos, la suerte está echada para muchos críos del mundo.

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