El
culto lector sabe que Lancet es una de las revistas de medicina más
prestigiosas del mundo, y que un artículo publicado en ella cuenta con una credibilidad
máxima; por esta razón se comprenderá mi estupefacción cuando leí un artículo
firmado por Philippe Grandjean (de la Universidad de Harvard) y Philip J
Landrigan, que apareció en Lancet Neurology del año 2014. Lo comentaré
brevemente. Comienzo con la exposición de un hecho: en la actualidad unas anormalidades
en el desarrollo neurológico, incluyendo el autismo, el trastorno de
hiperactividad y déficit de atención, la dislexia y otros trastornos cognitivos
afectan a millones de niños en todo el mundo, y –por si fuera poco- la frecuencia
de diagnósticos ha aumentado en los últimos años. Hasta no hace mucho se desconocía
su causa; pero hoy ya no podemos alegar ignorancia. En el año 2006 los doctores
Grandjean y Landrigan identificaron cinco productos químicos industriales que
dañan al cerebro infantil, afectando a su desarrollo: el plomo, el metilmercurio,
los bifenilos policlorados (unos líquidos aislantes), el arsénico y el tolueno
(un disolvente). Los estudios epidemiológicos complementarios que han realizado
los mismos autores desde esa fecha hasta el año 2014 les han servido para incluir
seis adicionales: el manganeso, el fluoruro, el clorpirifós (un insecticida), el
DDT (un plaguicida), el tetracloroetileno (un disolvente usado en las máquinas de limpieza
en seco) y los éteres difenil polibromados (retardantes de llama que se usan en
los electrodomésticos, en los ordenadores, en los móviles y en algunos tejidos).
Los
investigadores han averiguado también que a muy pocos productos químicos
industriales se les ha comprobado su neurotoxicidad, por lo que -postulan-
permanecen sin descubrir muchos más. Convencidos de que es su deber proteger el
desarrollo cerebral de los niños, manifiestan que ningún producto químico
industrial debería considerarse seguro antes de ser evaluado; por estas razones,
y aunque reconocen la dificultad de su ejecución, proponen pruebas obligatorias
para valorar el potencial neurotóxico infantil tanto de los productos que ya
usamos como de los nuevos. Al escritor, atónito, le cuesta creer que sea legal usar productos cuya neurotoxicidad no haya sido comprobada.
Amigo
lector, una pandemia silenciosa –así la califican los investigadores- está
erosionando la inteligencia de los niños, alterando su comportamiento y dañando
nuestras sociedades, si no la frenamos, la suerte está echada para muchos críos
del mundo.
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