Hay un artículo de Stephen Jay Gould (1994) “La
evolución de la vida en la Tierra” que suelo leer con frecuencia porque me
ayuda a derrocar a la arrogancia humana del pedestal en que la hemos puesto. Copérnico,
Galileo y Kepler desplazaron nuestra morada desde el centro del universo a la
periferia; Darwin nos relegó de una génesis divina a un origen animal; pero, aunque
las personas cultas aceptan la evolución, la mayoría no ha abandonado la idea
de la evolución entendida como progreso, como adquisición de complejidad
creciente que haría predecible, si no inevitable, la aparición de la conciencia
humana. Nos cuesta aceptar que el Homo sapiens constituye una ramita minúscula
del frondoso árbol de la vida, un pequeño brote que no aparecería una segunda
vez si pudiéramos replantar el árbol de nuevo; un árbol que tuvo un número
máximo de ramas en los comienzos de la vida pluricelular, y cuya historia posterior
constituye un proceso de eliminación y supervivencia de unos pocos, entre los
cuales, afortunadamente, nos encontramos.
En
contra de la opinión según la cual la vida es un proceso predecible y de
complejidad creciente se alzan tres contundentes pruebas paleontológicas: la
característica más notable de la vida ha sido la estabilidad del modo
bacteriano, desde el inicio del registro fósil hasta nuestros días, y durará
mientras la Tierra aguante: estamos en la edad de las bacterias, lo fue en un principio
y lo será siempre. La segunda prueba se refiere a que los hitos principales de
la evolución se concentran en breves explosiones separadas por prolongados
intervalos de relativa estabilidad (a tres mil millones de años de vida unicelular
le siguieron cinco millones de años de intensa creatividad biológica, rematados
por más de quinientos años de variaciones sobre los moldes creados). Constituye
el tercer argumento las extinciones en masa, que arruinan las pautas de las
épocas normales.
La
selección natural es una teoría que ha resistido la comprobación tenaz durante
ciento cincuenta años: sitúa el mecanismo del cambio evolutivo en una lucha
entre los organismos por el éxito reproductivo, lo que conduce a una adaptación
de las poblaciones a un ambiente que se transforma. Pero la selección natural
no basta, no es la única causa del cambio evolutivo; las cadenas de sucesos
históricos incluyen el caos, contienen elementos aleatorios, contingentes e
irrepetibles; dicho en otras palabras, tienen una dependencia muy sensible a
diferencias mínimas en las condiciones iniciales. ¡Qué le vamos a hacer!
2 comentarios:
Hola Epi.
¿Y cómo explicas entonces la evolución convergente? Si todo es tan "aleatorio", ¿cómo aparecen formas semejantes en grupos de animales diferentes?
Saludos.
Estimado amigo, aunque con retraso, contesto a tu amable pregunta.
Por selección natural, evidentemente, como propone la teoría biológica clásica. El problema no es si actúa la selección natural o no. El problema consiste en la naturaleza multifactorial del cambio evolutivo (así lo afirmó incluso Darwin). Repito: la selección natural no es la única causa del cambio evolutivo (como suponen muchos), en ocasiones puede quedar ensombrecida por otras fuerzas (el azar una de ellas). Con otras palabras, la selección natural, que explica muchos cambios evolutivos, no basta para explicar todo el cambio evolutivo, se necesitan otros factores, y ahí entra el azar.
Cordiales saludos
Epi
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