Reproduzco
una anécdota tal y como la ha contado Salvador de Madariaga: “En los archivos
de San Pedro se hallará (si se busca bien) lo que pasó entre el Santo Portero
de la Eternidad y el Creador y Señor de ella cuando, abrumado por la espantosa
realidad, San Pedro confesó al Señor que tenía en la puerta esperando a un tan
inmundo pecador que el mismo Infierno le parecía, más que castigo, lugar de
recreo para tamaño monstruo; lo cual hizo meditar dolorosamente al Señor y al
fin sentenciar el caso: «Que vuelva a la Tierra y que nazca español
inteligente»”.
Puesto
que me considero incapaz de imaginar los sufrimientos del español inteligente
–mi ingenio no alcanza tanto- me contento con especular sobre las condiciones
ambientales del Hades, que así llamaban los griegos clásicos al infierno. Y ya
metidos en diabólicos asuntos me pregunto cuán infernales serían los primeros setecientos
millones de años largos de existencia de nuestro planeta para que los geólogos los
calificasen de Hádico. En tal período de tiempo, la sexta parte de la historia terrestre,
se formó nuestro planeta de la nebulosa original que generó el sistema solar; y
poco después, la Luna, con el material resultante del choque de un astro con la
Tierra. Durante los primeros momentos de su existencia el planeta crecía debido
al impacto con otros objetos astronómicos; con el calor producido por los choques
el hierro se fundió y descendió al interior para formar el núcleo terrestre; descartada
por los expertos la existencia de un océano de magma superficial, creemos que las
primeras rocas se encontraban sobre una capa que no superaba el veinte por
ciento de fusión. El posterior enfriamiento engendró el manto y una corteza
primigenia; más aún, cuando los volcanes entraron en erupción desprendieron
gases que constituyeron la primera atmósfera (que
no tenía oxígeno, producto de los seres vivos); uno de ellos, el vapor del agua,
se condensó, y cayó la lluvia, una lluvia que llenó las grandes depresiones
terrestres: se habían formado los primitivos océanos. Acaba este período de
tiempo con una gran traca final: un gran bombardeo de meteoritos, cuya causa se
ignora, llegó a fundir parte de la corteza terrestre.
Ni
que decir tiene que los paleontólogos sospechan que no podía albergar vida un
lugar y una época donde, debido a sus condiciones ambientales extremas, el
maligno podría haber situado sus cuarteles.
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