Las
turberas, antiguos lagos rellenos de materia orgánica, son ecosistemas que
cumplen valiosas funciones ambientales ignoradas por el público. Cuantifiquemos
los enormes depósitos de carbono que almacenan: contienen el treinta por ciento
del carbono total disponible en el suelo de los continentes, una cantidad que duplica
la biomasa forestal y se aproxima a la biomasa terrestre que, recordemos,
equivale al setenta por ciento del carbono atmosférico. Las turberas captan el carbono
atmosférico, un proceso opuesto al de las emisiones de gases de invernadero; a nadie
extrañará, por lo tanto, que las grandes turberas –de Siberia, Escandinavia, Alaska,
Canadá y Patagonia- contribuyan a moderar los cambios climáticos de nuestro
planeta. Y no se trata de casualidad que todas ellas en encuentren en latitudes
altas: la lenta putrefacción de la materia vegetal ocurre preferentemente en
climas muy fríos.
No
resulta difícil de entender el proceso de formación de una turbera: la cuenca
de un antiguo lago glaciar puede rellenarse cuando la materia orgánica
depositada excede a la descompuesta. En algún momento durante el relleno, se
pierde contacto con el agua, fluvial o subterránea, se crea entonces
un ambiente en el que los musgos de turbera (los esfagnos) resultan favorecidos;
musgos que conforman el paisaje que observa el naturalista amante de estos desolados
lugares. Como el astuto lector ya habrá adivinado, su formación es relativamente
lenta debido a la baja concentración de oxígeno y la acidez del agua, que
provocan una escasa actividad microbiana. La mayoría de las turberas han
acumulado vegetales más o menos descompuestos a lo largo de los últimos doce
mil años, desde el fin de la última glaciación; una acumulación que, a un ritmo
de crecimiento de entre cinco y cien milímetros cada siglo, puede alcanzar varios
metros de espesor. Cabe señalar que la turba, el material rico en carbono, en
el que aún se aprecian los componentes vegetales que la originaron, constituye
la primera etapa del proceso por el que la vegetación se transforma en carbón.
En
resumen, las turberas, como todos los humedales, almacenan carbono, y contribuyen
a mitigar el cambio climático. Desgraciadamente, la Unesco estima que el
planeta ha perdido, desde el año 1900, la mitad de los humedales; en España, alumna
aventajada, ha desaparecido el sesenta por ciento en tan sólo cuatro décadas.
2 comentarios:
Estimado amigo
Son latitudes altas tanto las regiones próximas al polo norte como las cercanas al polo sur.
En España, he visitado una de las mejores turberas en la sierra del Xistral (Galicia). También hay turba en el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel: durante el 2009, se pudo leer en los periódicos que allí hubo un incendio subterráneo.
Saludos
Epi
Estimado amigo
La turba constituye la primera fase y la antracita la última de la conversión de la vegetación en carbón en el agua de humedales, pantanos y marismas. Como es lógico lo que hoy es turba dentro de centenares de millones de años será lignito, hulla o antracita.
Saludos
Epi
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