sábado, 16 de noviembre de 2013

La velocidad del pensamiento

El lector aficionado a las carreras recuerda sin duda la rapidez de los atletas olímpicos (treinta y seis kilómetro por hora, el hombre más rápido); dudo que se percate de la velocidad del vuelo de un halcón (ciento ochenta), de un guepardo al galope (ciento cinco) o de un atún (setenta); y seguro que desconoce la rapidez con la que se desplaza la Tierra alrededor del Sol (ciento ocho mil kilómetros cada hora) o del Sol en su órbita galáctica (ochocientos treinta mil). Ignorantes de estos valores, muchos profanos no conciben nada más rápido que la velocidad del pensamiento: estimémosla.

Trataré de admirar al escéptico lector con un dato sobre su cerebro: consta de una red de neuronas que sobrepasa los ciento cincuenta mil kilómetros de extensión y no alcanza los ciento ochenta mil; el tamaño de cada una -de cinco a ciento treinta y cinco milésimas de milímetro- no guarda relación con la longitud de su fibra nerviosa - algo más de un metro-. La transmisión de señales –los impulsos nerviosos- constituye la característica fundamental de las neuronas; cabe pensar que midiendo su velocidad adquiriremos una idea de la velocidad del pensamiento.

La corriente eléctrica a través de los cables metálicos se debe a un flujo de electrones; no sucede así en las células nerviosas, conducen la corriente de una manera parecida al agua salada: un flujo de iones (átomos cargados) de sodio y potasio que entra y sale de la neurona constituye la corriente. La membrana de la célula, actuando como una barrera discriminadora de iones, permite que en su interior se acumulen los negativos y escaseen los positivos. Un flujo de iones, debido a un cambio en la membrana, invierte su polaridad eléctrica; esta mudanza (de un centenar aproximado de milivoltios y un milisegundo de duración) que se propaga por toda la neurona, constituye el impulso nervioso. La señal camina a saltos, porque las fibras nerviosas se hallan forradas con una sustancia aislante (la mielina) que se interrumpe cada poco.

Los neurólogos ya han medido la velocidad de la transmisión nerviosa: hallaron que puede oscilar entre ciento veinte metros cada segundo y medio metro; compare, el lector diligente, esta velocidad – en el mejor de los casos un impulso nerviosos atraviesa un estadio de fútbol en un segundo-, con la velocidad de la luz -en un segundo da más de siete vueltas a la Tierra-, y reflexione: ¿pecamos de soberbia los humanos cuando rivalizamos con la naturaleza?

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