La
muerte y el nacimiento de las estrellas, la más modesta formación de los
planetas o el majestuoso choque entre inmensas galaxias llenan el universo de
luz de todos los colores; luz visible e invisible que abarca toda la gama del espectro
electromagnético, desde radiaciones cuya longitud de onda es inferior a una
billonésima de metro hasta las que superan con creces el kilómetro; unas,
provienen del interior de los núcleos atómicos, otras, del viaje de los
electrones por la atmósfera de planetas gigantes; fenómenos diversos
contribuyen a que, en el cosmos, existan rayos gamma, rayos X y ultravioleta,
también infrarrojos, microondas y ondas de radio, sin olvidar la luz visible.
Afortunadamente para los seres vivos la mayoría de las radiaciones no llega a
la superficie terrestre, porque los gases atmosféricos las absorben. La
atmósfera se comporta como una barrera opaca para la mayor parte del espectro
electromagnético; las moléculas de nitrógeno, oxígeno y ozono absorben los
rayos X, los gamma y la mayor parte de los ultravioleta, el vapor de agua y el
dióxido de carbono bloquean la mayoría de infrarrojos y microondas, las ondas
de radio largas son detenidas por la ionosfera: sólo pasan a través de la
atmósfera y llegan al nivel del mar las ondas de radio cortas (sus longitudes
de onda están comprendidas entre casi cien metros y alrededor de un milímetro) y
la luz visible (más una pequeña fracción de infrarrojos y los ultravioleta de
onda larga) que corresponden a la ventana óptica y a la ventana de radio; así las
llaman los expertos.
Las
distintas radiaciones transportan información del universo a nuestros ojos e
instrumentos: de algún lejano planeta que pudiera albergar vida, del
alumbramiento de jóvenes estrellas en las gigantescas nebulosas, de las
colosales explosiones de las supernovas, de los agujeros negros activos en el
centro de las galaxias, de la radiación que quedó de Big-bang inicial… y de
tantas cosas más. Apenas necesito argumentar para que el lector astuto valore
la importancia de disponer de satélites situados fuera de la atmósfera, donde se
emplacen telescopios capaces de detectar las radiaciones electromagnéticas
diferentes a las que penetran por las ventanas de radio y visible. Las
observaciones inéditas que hemos obtenido han revolucionado el conocimiento que
tenemos del cosmos: de su tamaño, de su edad, de su composición, de su
estructura y de su evolución. Ecos de un universo indiferente a nuestra inteligencia,
a nuestros sentimientos, a nuestros desvelos.
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