La
historia de la ciencia proporcionará, al estudioso, numerosos casos de avances
que se produjeron como consecuencia de la formulación de conceptos
cuantitativos; ya sea del tiempo que una bola tarda en caer desde la Torre de
Pisa, de las estadísticas de población, de la cantidad de sustancias que se
combinan en una reacción química o de la cantidad de saliva segregada por unos
perros. En palabras del eminente científico Lord Kelvin “Digo a menudo,
que cuando se puede medir aquello de lo que se habla y expresarlo en números,
es cuando se conoce algo de ello; pero si no puede expresarse en números, el
conocimiento es poco satisfactorio”.
Si
el letrado lector ya se ha convencido de la importancia de las medidas, tal vez
le interese conocer los patrones de comparación –las unidades- que emplean los
científicos. La definición de los más habituales, el metro, el segundo y el
kilogramo se inspiran en una escala humana: un latido del corazón, algo más de
la mitad de la estatura media de una persona, un quintal o una fanega no se
diferenciaban mucho del peso de un individuo, aunque los científicos acabaron
eligiendo una unidad algo menor. ¿Es posible eliminar el antropocentrismo de
las unidades de medida? Sí, podemos usar como patrones de referencia tres números
fundamentales de la naturaleza, invariantes, en cualquier lugar o época en la
que hagamos la medición: la constante de la gravitación, la constante cuántica
(que los expertos nombran de Planck) y la velocidad de la luz en el vacío; y
hacer que sus valores sean uno. ¿Qué relación guardan estas unidades
fundamentales con las que usamos habitualmente? Un metro tendría un número
entero de treinta y seis cifras de unidades fundamentales de longitud, un
segundo contendría un número entero de cuarenta y cinco cifras de unidades
fundamentales de tiempo; no me consuela que para contar un kilogramo en
unidades fundamentales de masa se requiera sólo un número entero de nueve
cifras. Trataríamos con cantidades enormes: no sería práctico.
Después
de este juego de números, anoto uno que me tiene intrigado: tome el lector
curioso la constante de la gravitación, multiplíquela por la densidad del cosmos
y el resultado multiplíquelo de nuevo dos veces por la edad del universo;
hágalo usando las unidades habituales o las minúsculas unidades fundamentales.
Si no se equivoca en los cálculos obtendrá algo más de una
décima. ¿Por qué? Nadie lo sabe.
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