sábado, 16 de marzo de 2013

La paradoja del joven Sol frío


Tome el caminante una piedra en una mano y en la otra sostenga una flor. Mírelas con atención ¿Tienen alguna relación una y otra? Seguro que no. Yerra rotundamente el sesudo lector que así haya pensado. Los geólogos saben que muchas rocas son productos de la vida, y que la biosfera y el ambiente inanimado evolucionaron en conjunto. 

     Ubiquémonos en algún momento de los dos primeros miles de millones de años de la existencia de la Tierra. Por una parte, la luminosidad del Sol, un setenta por ciento de la actual, habría enfriado la superficie terrestre: esperaríamos un páramo helado. Por otra, un elevado porcentaje de gas con efecto invernadero (la concentración de dióxido de carbono podría llegar al veinte por ciento) en la atmósfera primitiva habría calentado la superficie del planeta: sugeriríamos un desierto ardiente. ¿Qué escenario predominó en el planeta arcaico? Porque, a pesar de la mudable fuente de calor, la Tierra se había conservado templada. ¿Operaba algún regulador climático?

La mayoría de los componentes de las rocas de la superficie terrestre son silicatos, unos minerales que se formaron a altas temperaturas, al enfriarse el magma procedente del interior del planeta, y que, en consecuencia, son inestables y pueden transformarse en otras sustancias con facilidad. El agua, con el dióxido de carbono de la atmósfera disuelto, destruye los silicatos de las rocas y forma carbonatos (otros minerales). En una época cálida, el ataque a las rocas se acelera, el consumo del dióxido de carbono aumenta, su cantidad en la atmósfera disminuye: la mengua del efecto invernadero enfría la Tierra. No es la única hipótesis con que cuentan los científicos para explicar la paradoja del joven Sol frío: la teoría bautizada como Gaia pretende obtener el mismo resultado. Los vegetales (y las bacterias) captan la luz solar y absorben el dióxido de carbono que usan para sintetizar materia viva. En una época cálida los bosques se extienden, se absorbe más dióxido de carbono de la atmósfera, disminuye el efecto invernadero: la Tierra se enfría. Parece que la vida cuida de sí misma: sí, comprendo que se haya tachado de mística a esta segunda teoría. Los geólogos todavía ignoran cuál de los dos termostatos, las rocas o la vida, mantiene a la Tierra como un planeta oceánico templado; lo cierto es que ambos no son excluyentes, sino compatibles.

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