Durante
mucho tiempo los naturalistas pensaron que las estrellas eran enormes bolas de
fuego perpetuo. No era una mala idea: hoy sabemos que son colosales esferas de
materia incandescente. ¿De dónde procede su energía? Si su origen fuese una
reacción química, la edad del Sol se reduciría a unos miles de años; si la
contracción de la esfera solar debido a la gravedad proporcionara la energía
necesaria, el astro brillaría durante un par de decenas de millones de años;
sin embargo, ninguna de ambas estimaciones concuerda con la edad de la Tierra -varios
miles de millones de años- que han medido los geólogos; porque, como ya habrá
deducido el lector inteligente, no tendría sentido que la Tierra fuese más
antigua que el Sol. La energía nuclear, descubierta a comienzos del siglo XX, ha
proporcionado la fuente para que la estrella irradie durante el tiempo
suficiente; más aun, los estados que atraviesa el astro desde su formación hasta
su muerte dependen de los tipos de reacciones nucleares que en él suceden.
La
evolución estelar puede describirse como una batalla entre dos fuerzas: la gravedad,
que desde la formación a partir de una nube de gas, tiende a comprimir la
estrella, y la fuerza nuclear, que crea una presión térmica expansiva que se opone a la
contracción. Como habrá adivinado el astuto lector, la gravedad siempre gana la
batalla: en algún momento la estrella agota su combustible y colapsa. Un colapso
gravitatorio final que desemboca en una enana blanca, una estrella de neutrones
o un agujero negro. ¿Qué determina su destino? La masa inicial, pero no es el
único factor relevante, la composición original, la velocidad de rotación o las
estrellas vecinas, aunque tienen menos importancia, también influyen en el
desenlace.
Ahora,
trasladémonos, con la imaginación, a un lugar de la Vía Láctea: una vieja
estrella masiva está a punto de protagonizar una muerte espectacular. A medida
que su combustible se agota, comienza a colapsar bajo su tremendo peso. La
aplastante presión enciende nuevas reacciones nucleares; el escenario se
prepara para una explosión gigantesca: la supernova está a punto de encenderse.
A continuación... nada sucede. Al menos eso predicen los modelos de las estrellas
moribundas realizados con un ordenador. Al final de la simulación, gana la
gravedad y la estrella no estalla, simplemente colapsa: el ordenador no logra
reproducir la supernova. Sin duda, a los astrofísicos, no a los ordenadores,
les faltan conocimientos.