sábado, 23 de febrero de 2013

Mateo Orfila y los envenenamientos con arsénico


El botánico lector probablemente ignorará que las plantas que adornan su vivienda o engalanan su jardín son, a menudo, peligrosas: el jacinto, narciso, gladiolo, tulipán, rododendro, glicina, hortensia, ipomea, campanilla de las nieves, croco,  acónito, euforbia, clemátide, hiedra, eléboro, boj, guisante oloroso, delfinio, altramuz, ranúnculo, muérdago, filodendro, iris o acebo son moderadamente tóxicos (significa que sólo la ingestión de grandes cantidades los vuelve mortales); sobra el comentario sobre la peligrosidad de las muy tóxicas aquilea, cicuta, tejo o adelfa.

Y hago esta venenosa introducción para referirme a las dificultades que un científico halla cuando pretende convencer a jueces y abogados de la bondad de su ciencia. Mateo Orfila, como suele ser habitual en los científicos españoles, desarrolló su trabajo fuera de su tierra, concretamente en la universidad de París, durante la primera mitad del siglo XIX; fundó la toxicología, una ciencia desconocida en su época. Durante la primera mitad del siglo XIX el arsénico era el veneno más usado para suicidios y asesinatos: en Francia, alrededor de dos tercios y en Gran Bretaña alrededor de la mitad de los envenenamientos se perpetraban con él. Mateo Orfila fue el primero en detectar el arsénico en los órganos y en las secreciones de los envenenados; un hecho que abría perspectivas inéditas para la investigación criminal, particularmente en casos en los que el envenenamiento no había sido sospechado en el momento de la muerte de la víctima.

Antes, como ahora, jueces, fiscales y abogados preguntaban a los expertos sobre sus informes periciales: porque las pruebas debían ser lo suficientemente convincentes como para sustentar un veredicto de asesinato, que comportaba la pena de muerte. Cuando Orfila empleó la nueva técnica de detección de arsénico, de la que todavía existían aspectos discutibles -impurezas de reactivos y posibles fuentes de contaminación-, se produjeron situaciones paradójicas durante algunos juicios: si el perito empleaba un método analítico antiguo y conocido, los miembros del tribunal podían descalificarlo como obsoleto y demandar uno más avanzado. Pero si el perito empleaba un método moderno, se arriesgaba a escuchar, por parte del abogado defensor, una lista de posibles fuentes de error, que abrían la puerta a dudas sobre la validez de los resultados.

Como sospechará el inteligente lector las discusiones jurídicas recientes sobre la fiabilidad de las modernas técnicas de detección de ADN son similares a las que hubo en la primera mitad del siglo XIX. En lo que se refiere al comportamiento humano nada nuevo hay bajo el Sol.

1 comentario:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Mateo Orfila nació en Menorca en 1787 y murió en París en 1853. En 1807 marchó a estudiar a París; y en Francia desarrolló toda su brillante carrera; además de decano de la facultad de Medicina fue uno de los más famosos médicos de la época. El pintor Pablo Picasso, posteriormente, hizo lo mismo.

Saludos