Un
indio brasileño condenado por un hechicero muere en pocas horas. Un africano
joven come, de manera inadvertida, la carne de una gallina sagrada, al descubrir
su crimen, fallece en veinticuatro horas. Una mujer maorí almuerza fruta, poco
después se entera que proviene de un lugar prohibido, al mediodía del día
siguiente ha expirado. Walter Cannon, después de una exhaustiva investigación
de estos fenómenos, concluyó que son reales. La sugestión, y unas firmes
creencias, provocaba el terror que conducía al fatal desenlace; la emoción,
extremadamente intensa y continua, produciría un estado de choque en el sujeto,
-debido a una secreción continua de adrenalina por parte de la médula de las
glándulas suprarrenales-, que causaría la defunción. Comprobará el lector
escéptico, que nada hay extraño en la explicación fisiológica de estas,
apodadas, muertes por vudú.
El
fenómeno de los fallecimientos repentinos no se limita a los pueblos
primitivos. Durante la guerra, o después de una operación quirúrgica, existe un
número considerable de defunciones que, después de efectuar la autopsia,
resultan inexplicables; pacientes muy enfermos, a los que se les informó erróneamente
que sólo les quedaban unos pocos meses de vida, murieron en el plazo
estipulado; individuos que expiran después de tomar dosis subletales de venenos
o después de haberse infringido heridas no mortales. Todos ellos sucumben como
resultado de la creencia de que su fin es seguro. Se trata del efecto nocebo:
la causa de la enfermedad (o muerte), cuando se espera la enfermedad (o
muerte), y le acompaña el estado emocional asociado. No existe la menor duda de
que tiene una explicación fisiológica, aunque sobre el mecanismo concreto quede
mucho por saber.
En
un experimento controlado, aproximadamente uno de cada cuatro pacientes que
reciben una sustancia inerte sufre un efecto nocebo suave: dolor, diarrea,
edema, náuseas, palpitaciones, urticaria; otros soportan consecuencias más
graves: mareos, depresión, insomnio, somnolencia, vómitos y adicción. Lo
sorprendente de la prueba es que las quejas y síntomas no son aleatorios, son
específicos del fármaco que los pacientes no toman, pero creen que están tomando;
como es lógico, las respuestas orgánicas no son generadas directamente por el
fármaco, sino por las expectativas pesimistas del paciente.
Una
última consideración: en nuestra sociedad, en la que abundan las informaciones
sobre la salud, un tratamiento inadecuado de las enfermedades por parte de los
medios de comunicación extendería el efecto nocebo de manera catastrófica. ¿O
no?
2 comentarios:
Estimado amigo
Un hermano con los mismos genes (gemelo monocigótico) de uno aquejado con un trastorno psiquiátrico grave sólo tiene el 50 % de probabilidades de contraerlo: la genética afecta a la vulnerabilidad. El otro cincuenta por ciento se debe al ambiente, concretamente al estrés (conjunto de factores del entorno que rompen el equilibrio del organismo) en el caso de la ansiedad y depresión.
Los experimentos con ratas muestran que el estrés crónico provoca ansiedad (hiperactividad) primero y depresión después.
Estimado amigo
En caso de un choque anafiláctico (alergia grave con peligro de muerte) se inyecta al paciente adrenalina (también llamada epinefrina).
Saludos cordiales
Epi
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