A
comienzos de los años noventa, un equipo de científicos, encabezado por Giacomo
Rizzolatti, hizo uno de los más importantes descubrimientos de la neurología
contemporánea. Los investigadores medían la respuesta de unas áreas motoras del
cerebro de un mono, concretamente, se fijaban en el momento que el animal
agarra una fruta: el experimento transcurría monótono hasta que alguien detectó
una anormalidad. El mono veía a uno de los investigadores asir la fruta, pero
su cerebro respondía como si el propio animal la cogiese: los asombrados
científicos estaban observando que se activaban las mismas células cerebrales,
tanto si el mono tomaba la fruta como si veía a otro individuo hacerlo.
¡Increíble! Habían descubierto unas neuronas que reflejan las acciones
realizadas por otro individuo: no pensaron mucho el nombre, las llamaron
neuronas espejo.
En
el siglo XX, los neurólogos consideraban que, para conocer las intenciones de
un individuo, intervenía un razonamiento complicado: se procesaba la
información de los sentidos, se comparaba con experiencias similares y el
resultado nos permitía prever la intención del otro. La facilidad con la que
solemos comprender acciones simples sugiere un mecanismo más sencillo: el
cerebro humano, como el del mono, cuenta con neuronas que se activan cuando un
individuo realiza ciertos actos y, también, cuando observa que otros ejecutan
las mismas acciones. Las neuronas espejo aportan una experiencia interna
directa que permite comprender los actos e intenciones de otra persona; porque
tanto el sujeto activo como el observador pasivo experimentan, cada uno en su
cerebro, la misma acción.
El
descubrimiento ha abierto inesperados caminos en la neurología: las neuronas
espejo nos facultan para comprender las emociones ajenas; y de ello colegimos
que sus anomalías podrían intervenir en los defectos de empatía, o en quienes,
como los autistas, son incapaces de reflejar emociones. No sólo eso, las
neuronas espejo podrían sustentar la capacidad para imitar acciones y, por
tanto, intervenir en el aprendizaje de nuevas destrezas. Además, estas neuronas
se hallan en el principal centro cortical del lenguaje; y, si es verdad que la
comunicación humana empezó con gestos de la cara y manos, las neuronas espejo
habrían desempeñado un papel principal en su evolución; de hecho resuelven un
problema: el mensaje tendría el mismo significado para el emisor y el receptor,
por lo que resulta innecesario un acuerdo previo para entenderse; un espejo
interior quizá sea lo que necesitan dos personas para comunicarse sin palabras.
Terminada
esta lectura, espero que el lector inteligente comprenda por qué auguro que
Giacomo Rizzolatti recibirá el Nobel.
3 comentarios:
Estimado amigo
La investigación sobre autistas demuestra falta de actividad en las neuronas espejo en varias regiones del cerebro: podría ocasionar algunos síntomas del autismo como el aislamiento y la ausencia de empatía.
Estimado amigo
Se ignora si el aumento de la cantidad de autistas que se ha detectado en los últimos decenios se debe a que aumentó la capacidad de los médicos para diagnosticar el trastorno o a que hay más autistas.
Estimado amigo
Tienes razón, Giacomo Rizzolatti no rercibió el Nobel... aún. A pesar de todo no cambio mi valoración.
Se le otorgó el premio Príncipe de Asturias en el año 2011.
Saludos cordiales
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