Los
montañeros y aviadores lo saben, pero los turistas que ascienden por encima de
los mil metros también deberían saber que, cuanto más alto suban, más se reduce
la cantidad de oxígeno que respiran; y no porque no exista el gas, sino porque
cada vez es menor su presión. El aviador que no tome precauciones apreciará que
disminuye su agudeza visual nocturna y aumenta su ventilación pulmonar; además sentirá
somnolencia, debilidad, dolor de cabeza y euforia, también notará que disminuye
su capacidad mental: ¡y tiene que pilotar el avión!
Quien
volando o a pie asciende por encima de los tres kilómetros se arriesga al mal
agudo de montaña: jaqueca, inapetencia, náuseas, cansancio, indiferencia,
insomnio, taquicardia, tos; por fortuna la mayor parte de las personas se
recuperan rápidamente cuando descienden. Los montañeros que escalan las más
altas cumbres del planeta saben que una ascensión rápida a altitudes superiores
resulta mortal. Si alguien asciende a cotas superiores a los tres kilómetros
tiene que aclimatarse: debe conceder tiempo al organismo para que combata la
carencia de oxígeno. El funcionamiento del cuerpo cambiará sutilmente, al cabo
de una semana se intensificará la producción de la hormona que obliga a
sintetizar más glóbulos rojos (la famosa EPO), con lo que habrá más hemoglobina
en la sangre (técnicamente decimos que aumenta el hematocrito). Esta adaptación
natural del organismo beneficia a los deportistas que han entrenado en altura,
porque cuando compiten al nivel del mar, su sangre enriquecida transporta
oxígeno a los músculos con mayor efectividad. Lo que presenta ventajas para
corredores y ciclistas, para los montañeros representa un peligro pues la
sangre espesa forma coágulos más fácilmente, y un tapón en las venas del corazón
o del cerebro resulta fatal; por si fuera poco, el intenso frío de las grandes
altitudes hace que la sangre se vuelva más viscosa y circule con más
dificultad; en consecuencia, las extremidades se congelan fácilmente. El
escritor, sobrecogido, admira la fortaleza y valor de los alpinistas.
Probablemente
el lector ingenuo pensará que nada de esto le puede ocurrir a él: vive en la
costa y le disgusta la montaña. Tiene razón… si no viaja en avión. Si se
produce una brusca descompresión de la cabina a once mil metros, la disminución
de la presión del oxígeno le concederá medio minuto antes de perder el
conocimiento y padecer una parálisis respiratoria. Después de todo, las
aburridas indicaciones de la azafata cuando comenzamos un vuelo pueden
salvarnos la vida. ¡Quién lo iba a decir!
2 comentarios:
Estimado amigo
El cuerpo humano puede aclimatarse hasta los seis mil metros de altitud (a los cinco mil metros la presión del oxígeno es la mitad que al nivel del mar), a partir de ahí es imposible.
Estimado amigo
En la llamada zona de la muerte, por encima de los siete mil quinientos metros de altitud, el organismo humano no puede aclimatarse; el consumo energético de todos los sistemas del cuerpo es disparatado: ocho o diez veces más de lo habitual. El edema cerebral o pulmonar, y no los accidentes naturales, es la causa de la muerte de los escaladores en esta zona. Si el escalador comienza a sentir síntomas de edema pulmonar o cerebral en esta letal zona sólo dispone de dos minutos en plenas facultades y de veinticinco minutos antes de sucumbir.
Cordiales saludos
Epi
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