sábado, 10 de octubre de 2009

Disminución de oxígeno, peligrosa carencia


Los montañeros y aviadores lo saben, pero los turistas que ascienden por encima de los mil metros también deberían saber que, cuanto más alto suban, más se reduce la cantidad de oxígeno que respiran; y no porque no exista el gas, sino porque cada vez es menor su presión. El aviador que no tome precauciones apreciará que disminuye su agudeza visual nocturna y aumenta su ventilación pulmonar; además sentirá somnolencia, debilidad, dolor de cabeza y euforia, también notará que disminuye su capacidad mental: ¡y tiene que pilotar el avión!
Quien volando o a pie asciende por encima de los tres kilómetros se arriesga al mal agudo de montaña: jaqueca, inapetencia, náuseas, cansancio, indiferencia, insomnio, taquicardia, tos; por fortuna la mayor parte de las personas se recuperan rápidamente cuando descienden. Los montañeros que escalan las más altas cumbres del planeta saben que una ascensión rápida a altitudes superiores resulta mortal. Si alguien asciende a cotas superiores a los tres kilómetros tiene que aclimatarse: debe conceder tiempo al organismo para que combata la carencia de oxígeno. El funcionamiento del cuerpo cambiará sutilmente, al cabo de una semana se intensificará la producción de la hormona que obliga a sintetizar más glóbulos rojos (la famosa EPO), con lo que habrá más hemoglobina en la sangre (técnicamente decimos que aumenta el hematocrito). Esta adaptación natural del organismo beneficia a los deportistas que han entrenado en altura, porque cuando compiten al nivel del mar, su sangre enriquecida transporta oxígeno a los músculos con mayor efectividad. Lo que presenta ventajas para corredores y ciclistas, para los montañeros representa un peligro pues la sangre espesa forma coágulos más fácilmente, y un tapón en las venas del corazón o del cerebro resulta fatal; por si fuera poco, el intenso frío de las grandes altitudes hace que la sangre se vuelva más viscosa y circule con más dificultad; en consecuencia, las extremidades se congelan fácilmente. El escritor, sobrecogido, admira la fortaleza y valor de los alpinistas.
Probablemente el lector ingenuo pensará que nada de esto le puede ocurrir a él: vive en la costa y le disgusta la montaña. Tiene razón… si no viaja en avión. Si se produce una brusca descompresión de la cabina a once mil metros, la disminución de la presión del oxígeno le concederá medio minuto antes de perder el conocimiento y padecer una parálisis respiratoria. Después de todo, las aburridas indicaciones de la azafata cuando comenzamos un vuelo pueden salvarnos la vida. ¡Quién lo iba a decir!

2 comentarios:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

El cuerpo humano puede aclimatarse hasta los seis mil metros de altitud (a los cinco mil metros la presión del oxígeno es la mitad que al nivel del mar), a partir de ahí es imposible.

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

En la llamada zona de la muerte, por encima de los siete mil quinientos metros de altitud, el organismo humano no puede aclimatarse; el consumo energético de todos los sistemas del cuerpo es disparatado: ocho o diez veces más de lo habitual. El edema cerebral o pulmonar, y no los accidentes naturales, es la causa de la muerte de los escaladores en esta zona. Si el escalador comienza a sentir síntomas de edema pulmonar o cerebral en esta letal zona sólo dispone de dos minutos en plenas facultades y de veinticinco minutos antes de sucumbir.

Cordiales saludos
Epi