Algunos de los curiosos lectores que leen
estas páginas saben que cada una de sus células corporales contiene cuarenta y
seis cromosomas, y quizá se imaginen a cada uno de ellos como una minúscula
cuerda enrollada, más detalladamente, como una hebra de ADN, cuyas ristras son
los genes. Hasta hace poco tiempo los biólogos creían que los cromosomas
permanecían inmutables durante toda la vida celular; se equivocaban: la
maquinaria celular, encargada de replicar al ADN, no funciona en todo el
cromosoma –lamentablemente nada es perfecto-: los extremos, a los que llamamos
telómeros, permanecen sin copiar. Secuela inevitable: los cromosomas se acortan
tras cada división de la célula.
-¡Qué más da! Exclama un ingenuo.
-¡Se pierden genes! Replica el sesudo
biólogo.
-¿Consecuencias? Pregunta el inexperto.
-Se producen defectos en el
funcionamiento, se deteriora la máquina, la célula muere.
¿Y cuál es la causa del fenómeno que
asombra al experto e ignora el neófito? Existe una enzima, la telomerasa,
especializada en la replicación de los telómeros. En las células germinales
(aquellas que acaban convirtiéndose en óvulos y espermatozoides), la telomerasa
mantiene la longitud de los telómeros tras cada división; por el contrario, la
longitud de los telómeros en las células corporales disminuye cada vez que se
dividen, porque la telomerasa está inactiva. No debe extrañarnos que aquéllas
sean inmortales y éstas mueran después de cierto número de divisiones.
Hasta aquí lo sabido, especulemos un
poco ahora: si fuésemos capaces de inhibir o estimular la telomerasa a voluntad,
dispondríamos de un potencial manipulador extraordinario. Dejemos volar la
imaginación: si la activamos en las células corporales, podríamos alargar su
vida, con lo cual probablemente estaríamos retardando el envejecimiento del
afortunado poseedor de esa capacidad. Otro caso distinto, si la bloqueamos en
las células cancerosas podríamos impedir su proliferación y detener la mortal
enfermedad. Y no se trata de imaginaciones vanas, una reciente investigación
confirma nuestras elucubraciones: no se detectó telomerasa en ningún tejido humano
sano y sí apareció en más del noventa por ciento de las células de diferentes
tumores cancerosos.
Durante los últimos años la investigación
de este inesperado fenómeno ha deparado numerosos descubrimientos; todo comenzó
con los experimentos de Barbara McClintock y Hermann Muller (galardonados con
el Nobel) quienes demostraron que, sin los telómeros, los cromosomas exhiben extraños
comportamientos; continuó con el aislamiento de la telomerasa por Carol
Greider, Elizabeth Blackburn y Jack Szostak (también premiados con el Nobel); las
novedades se suceden, ¿alcanzaremos alguna vez la
inmortalidad? El futuro se presenta apasionante.
1 comentario:
Estimado amigo
El debate sobre la influencia de la genética o el ambiente en el desarrollo de las enfermedades está en punto muerto: ambos influyen. En palabras de Francis Collins, director del proyecto Genoma Humano: “El genotipo pone la pistola y el ambiente aprieta el gatillo”.
Publicar un comentario