sábado, 28 de febrero de 2009

Relaciones entre la inmortalidad y el cáncer


Algunos de los curiosos lectores que leen estas páginas saben que cada una de sus células corporales contiene cuarenta y seis cromosomas, y quizá se imaginen a cada uno de ellos como una minúscula cuerda enrollada, más detalladamente, como una hebra de ADN, cuyas ristras son los genes. Hasta hace poco tiempo los biólogos creían que los cromosomas permanecían inmutables durante toda la vida celular; se equivocaban: la maquinaria celular, encargada de replicar al ADN, no funciona en todo el cromosoma –lamentablemente nada es perfecto-: los extremos, a los que llamamos telómeros, permanecen sin copiar. Secuela inevitable: los cromosomas se acortan tras cada división de la célula.

-¡Qué más da! Exclama un ingenuo.
-¡Se pierden genes! Replica el sesudo biólogo.
-¿Consecuencias? Pregunta el inexperto.
-Se producen defectos en el funcionamiento, se deteriora la máquina, la célula muere.

¿Y cuál es la causa del fenómeno que asombra al experto e ignora el neófito? Existe una enzima, la telomerasa, especializada en la replicación de los telómeros. En las células germinales (aquellas que acaban convirtiéndose en óvulos y espermatozoides), la telomerasa mantiene la longitud de los telómeros tras cada división; por el contrario, la longitud de los telómeros en las células corporales disminuye cada vez que se dividen, porque la telomerasa está inactiva. No debe extrañarnos que aquéllas sean inmortales y éstas mueran después de cierto número de divisiones.

Hasta aquí lo sabido, especulemos un poco ahora: si fuésemos capaces de inhibir o estimular la telomerasa a voluntad, dispondríamos de un potencial manipulador extraordinario. Dejemos volar la imaginación: si la activamos en las células corporales, podríamos alargar su vida, con lo cual probablemente estaríamos retardando el envejecimiento del afortunado poseedor de esa capacidad. Otro caso distinto, si la bloqueamos en las células cancerosas podríamos impedir su proliferación y detener la mortal enfermedad. Y no se trata de imaginaciones vanas, una reciente investigación confirma nuestras elucubraciones: no se detectó telomerasa en ningún tejido humano sano y sí apareció en más del noventa por ciento de las células de diferentes tumores cancerosos.

Durante los últimos años la investigación de este inesperado fenómeno ha deparado numerosos descubrimientos; todo comenzó con los experimentos de Barbara McClintock y Hermann Muller (galardonados con el Nobel) quienes demostraron que, sin los telómeros, los cromosomas exhiben extraños comportamientos; continuó con el aislamiento de la telomerasa por Carol Greider, Elizabeth Blackburn y Jack Szostak (también premiados con el Nobel); las novedades se suceden, ¿alcanzaremos alguna vez la inmortalidad? El futuro se presenta apasionante.

1 comentario:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

El debate sobre la influencia de la genética o el ambiente en el desarrollo de las enfermedades está en punto muerto: ambos influyen. En palabras de Francis Collins, director del proyecto Genoma Humano: “El genotipo pone la pistola y el ambiente aprieta el gatillo”.