Todos
los aficionados a los cuentos conocen el carácter escurridizo, casi burlón de
la realidad. El protagonista de esta fábula, un gen ubicado en el cromosoma
diecisiete, tiene un ingrato nombre: p53. Su utilidad, poco prometedora al
principio, me recuerda un entrañable cuento de Hans Christian Andersen: el
desgarbado patito feo que, expuesto al rechazo injustificado, despreciado y
abandonado, obligado a la soledad, no comprende la causa de su destino adverso;
al cabo de un tiempo se convierte en un elegante cisne, amado y alabado por
todos. Los descubridores del gen –decía- creyeron, en el año 1979, que se
trataba de un oncogén (un malvado gen productor de cánceres); no se averiguó su verdadera función, de supresor
de tumores, hasta diez años más tarde.
No
nos sorprenderá el súbito interés que ha despertado el p53 entre los médicos si
añadimos que el gen se encuentra alterado en el cincuenta y cinco por ciento de
los cánceres humanos. Aunque sigue sin conocerse detalladamente el
procedimiento de actuación del p53 en el organismo, los biólogos ya han
descubierto una de sus armas favoritas. Para ello dañaron el ADN de células
sanas y observaron qué sucedía: el gen p53 se activaba; inmediatamente promovía
la activación de otros genes, quienes obligaban a la célula a fabricar ciertas proteínas,
proteínas que provocaban el suicidio de las células cancerosas. Sí, lector
escéptico, reléelo de nuevo, sucede tal y como lo cuento. El gen protagonista
discrimina las células normales de las cancerosas, y obliga a estas últimas a
suicidarse. ¡Increíble! Y aún hay más, nos hallamos ante un gen que ejerce
otras beneficiosas acciones: induce la reparación del ADN, activa el suicidio
celular si el ADN es irreparable, y detiene la replicación celular si el ADN
está dañado. No necesito más argumentos para convencer al suspicaz lector que
el p53 no efectúa correctamente sus funciones si está alterado. El resultado del
trastorno es fácilmente previsible: muchas células carecerán de protección y
acabarán cancerosas. ¡Ni más, ni menos! Resulta obvio señalar que la
comprensión de las funciones de este gen quizá nos conduzca a diseñar tratamientos
para patologías que han amenazado desde siempre a la humanidad: no sólo el
cáncer, sino también las cardiopatías o la demencia senil, e, incluso, nos
inspire terapias para retrasar el envejecimiento.
1 comentario:
Estimado amiga
Para que te hagas una idea de la complejidad de la tarea que les aguarda a los biólogos te diré que el genoma humano consta de entre veinte mil y veinticinco mil genes; la bacteria más sencilla, el Mycoplasma genitalium, tiene quinientos genes. Pues bien, en el Mycoplasma aún se ignora la función de la mitad de los genes.
Cordialmente te saluda Epi
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