sábado, 22 de noviembre de 2008

El descubrimiento de un insólito gen, con fábula incorporada


Todos los aficionados a los cuentos conocen el carácter escurridizo, casi burlón de la realidad. El protagonista de esta fábula, un gen ubicado en el cromosoma diecisiete, tiene un ingrato nombre: p53. Su utilidad, poco prometedora al principio, me recuerda un entrañable cuento de Hans Christian Andersen: el desgarbado patito feo que, expuesto al rechazo injustificado, despreciado y abandonado, obligado a la soledad, no comprende la causa de su destino adverso; al cabo de un tiempo se convierte en un elegante cisne, amado y alabado por todos. Los descubridores del gen –decía- creyeron, en el año 1979, que se trataba de un oncogén (un malvado gen productor de cánceres);  no se averiguó su verdadera función, de supresor de tumores, hasta diez años más tarde.
No nos sorprenderá el súbito interés que ha despertado el p53 entre los médicos si añadimos que el gen se encuentra alterado en el cincuenta y cinco por ciento de los cánceres humanos. Aunque sigue sin conocerse detalladamente el procedimiento de actuación del p53 en el organismo, los biólogos ya han descubierto una de sus armas favoritas. Para ello dañaron el ADN de células sanas y observaron qué sucedía: el gen p53 se activaba; inmediatamente promovía la activación de otros genes, quienes obligaban a la célula a fabricar ciertas proteínas, proteínas que provocaban el suicidio de las células cancerosas. Sí, lector escéptico, reléelo de nuevo, sucede tal y como lo cuento. El gen protagonista discrimina las células normales de las cancerosas, y obliga a estas últimas a suicidarse. ¡Increíble! Y aún hay más, nos hallamos ante un gen que ejerce otras beneficiosas acciones: induce la reparación del ADN, activa el suicidio celular si el ADN es irreparable, y detiene la replicación celular si el ADN está dañado. No necesito más argumentos para convencer al suspicaz lector que el p53 no efectúa correctamente sus funciones si está alterado. El resultado del trastorno es fácilmente previsible: muchas células carecerán de protección y acabarán cancerosas. ¡Ni más, ni menos! Resulta obvio señalar que la comprensión de las funciones de este gen quizá nos conduzca a diseñar tratamientos para patologías que han amenazado desde siempre a la humanidad: no sólo el cáncer, sino también las cardiopatías o la demencia senil, e, incluso, nos inspire terapias para retrasar el envejecimiento.

1 comentario:

C. Armesto dijo...

Estimado amiga

Para que te hagas una idea de la complejidad de la tarea que les aguarda a los biólogos te diré que el genoma humano consta de entre veinte mil y veinticinco mil genes; la bacteria más sencilla, el Mycoplasma genitalium, tiene quinientos genes. Pues bien, en el Mycoplasma aún se ignora la función de la mitad de los genes.

Cordialmente te saluda Epi