Recomiendo
al lector curioso que trasnoche alguna vez durante el verano, salga de la
ciudad y levante la vista al cielo. Por mínima sensibilidad que tenga le dejará
anonadado la belleza del firmamento; contemple ahora la mancha lechosa que
cruza de este a oeste: se trata de la tenue luz de centenares de miles de
millones de estrellas que componen la Vía Láctea, nuestra galaxia. Volemos, al
menos con la imaginación, al corazón de la galaxia -en la dirección de la
constelación de Sagitario-; allí, en el centro de rotación, el lugar más
brillante, se esconde un objeto extraordinario. Se trata de un pequeño agujero
negro que tiene el tamaño del sistema solar (repare y sorpréndase el ingenuo lector
en lo que los astrónomos consideran pequeño). No ha permanecido inmutable desde
su formación, se ha estado alimentando de la materia del núcleo de la galaxia y
ya ha acumulado la masa de cuatro millones de soles en el interior de su
barriga; no debe extrañarnos, por lo tanto, que los astrónomos le apelliden
supermasivo. Cuando la Vía Láctea, nuestra galaxia, era una jovenzuela recién
llegada a la adolescencia, el agujero negro de su núcleo se alimentaba, como
una piraña, de la abundante materia –estrellas, además de átomos, polvo y
moléculas- que había a su alrededor. Luego, el alimento se acabó y la piraña
–el agujero negro, quiero decir- se quedó allí, robusta y hambrienta...
esperando.
¿Cómo
sabemos que un agujero negro está en un sitio si, siendo negro, no se puede
ver?, se preguntará algún lector curioso. Los astrónomos, cazadores avezados,
conocen los rastros de tan esquivas piezas. El agujero negro se revela cuando
una estrella errante, o una nube de gas, se acerca demasiado a él; sucede
entonces que la materia cae al agujero atraída por su intensa gravedad;
triturada y calentada por las enormes fuerzas emite destellos de radiación de
alta energía justo antes de desaparecer; la gigantesca bocanada de rayos X emitida
avisa a los astrónomos que el agujero se ha alimentado una vez más. En una
galaxia tan antigua como la Vía Láctea (diez mil millones de años, quizá más),
su voraz agujero negro central en la actualidad sólo se alimenta
ocasionalmente, no encuentra con qué: el pez está hambriento, porque el estanque
–la galaxia- está casi vacío.
1 comentario:
Estimado amigo
No todos los agujeros negros se forman después de una explosión supernova; el residuo que queda después de la supernova puede ser agujero negro o estrella de neutrones.
Por si fuera poco, además de los agujeros negros de tamaño estelar existen los agujeros negros supermasivos en el centro de muchas galaxias, y también se ha postulado la existencia de microagujeros negros.
Cordiales saludos de Epi
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