En
el año 1944 decenas de personas invirtieron meses en efectuar los cálculos
requeridos por el proyecto Manhattan, que concluyó con la fabricación de la
primera bomba atómica; hoy, la técnica para hacer lo mismo cuesta escasos
euros. Por contraste, la inteligencia artificial, cuyas bases se habían puesto
en la primera mitad del siglo XX, ha progresado relativamente poco.
Para
determinar la inteligencia de las máquinas, todos los años se hace una
competición: se concede el Premio Loebner al programa informático que el jurado
haya considerado como el más inteligente de los presentados. El formato de la
competición sigue el test de Turing. ¿En qué consiste? En el año 1950, el
matemático Alan Turing propuso un examen para comprobar si una máquina era
inteligente. La prueba consiste en un desafío: un juez humano, una máquina y
una persona se colocan en habitaciones distintas. El juez dialoga con alguien;
hace las preguntas y recibe las respuestas; ateniéndose a éstas debe descubrir si
su interlocutor es la máquina o la persona; a ambas les está permitido mentir y,
para evitar prejuicios, las contestaciones se escriben. El test se fundamenta
en la hipótesis de que, si ambos interlocutores son suficientemente hábiles, el
juez no podrá distinguir uno del otro.
El
programa alemán Elbot, ganador del año 2008, recibió tres mil dólares de premio
por engañar a uno de cada cuatro jueces humanos. Detente un momento, amigo
lector, y reflexiona, ¡quienes resultaron embaucados creían estar conversando
con un humano, cuando realmente lo hacían con una máquina! ¿No te sorprendes?
Imagínate a varios sesudos británicos -la competición se celebró en una
universidad inglesa- en los terminales del ordenador, cada uno tratando de averiguar
si su interlocutor al otro lado de la consola es humano. Discuten de distintos
temas: intrascendentes comentarios sobre el vestuario femenino, eruditos
diálogos cuyo protagonista es Shakespeare, charlas sobre la preparación de
bebidas o una entretenida conversación caprichosa. Después de todo, -pensará el
confiado inquisidor- tiene que ser fácil distinguir entre las máquinas y las
personas. Un rato de charla sobre Romeo, Otelo o Macbeth, y al acabar, el juez
opina convencido: mi interlocutor era muy culto y sensible, tenía una
percepción de las complejidades psicológicas magnífica, sin duda era una
persona. ¿Cómo se sentirá si después comprueba que ha hablado con un ordenador?
Desconfiado lector, ¿acaso eres de los que piensas que a ti nunca te hubiera
pasado?
1 comentario:
Estimado amigo.
En 2014, Eugene Goostman, un programa informático, pasó por primera vez el test de Turing: convenció a un tercio de los jueces que era humano.
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