sábado, 1 de marzo de 2008

Sobre la curiosa velocidad de la luz

Somos animales visuales. Para conocer el mundo que nos rodea, la vista es nuestro sentido por excelencia y sinónimo de la verdad: si no lo veo, no lo creo, aseguramos a menudo. Estamos tan habituados a vivir en un universo dominado por la luz que con frecuencia nos olvidamos de la excepcionalidad de su comportamiento. Para empezar, la luz es una radiación electromagnética que viaja en línea recta habitualmente… pero no siempre, cuando encuentra en su camino objetos o agujeros muy pequeños curva su trayectoria. Una radiación –decía- que somos incapaces de ver en su mayor parte: las microondas, los infrarrojos, los ultravioleta o los rayos X permanecen invisibles para nosotros. Además, los físicos aseguran que no existe señal en el universo que pueda viajar a mayor velocidad que la luz en el vacío: ningún tipo de radiación, desde los letales rayos gamma hasta las, aparentemente, inocuas radioondas puede desplazarse en el espacio vacío a una velocidad superior. Los rayos alfa y beta que emite cualquier material radiactivo, o los rayos cósmicos que llegan a la Tierra procedentes del espacio exterior, o cualquier partícula de materia ni siquiera pueden alcanzar ese límite; y resulta curiosa esta cota, porque estamos tentados de asegurar que si empujamos una trocito de materia, ésta cada vez viajará más rápido. No sucede así, cuando la partícula se mueve a velocidades próximas a la de la luz, el empujón que sufre no aumenta su velocidad, sino su masa: su velocidad, por mucho que lo intentemos, nunca llega al valor de la velocidad de la luz.
Por otro lado, sabemos que la luz solar tarda ocho minutos en llegar a la Tierra. Si por alguna circunstancia, no previsible, el Sol explotara, los terrestres no nos enteraríamos hasta ocho minutos después: dicho con otras palabras, durante ocho minutos estaríamos viendo una estrella que ya no existe. ¿Se ha sorprendido el cauto lector? Para completar el pasmo añado que la luz que ahora vemos de Betelgeuse, la estrella gigante de la constelación de Orión, salió de la estrella cuando Cristóbal Colón todavía no había llegado a América. Y aún me queda otro dato por añadir: no sólo la luz viaja a trescientos mil kilómetros por segundo, a la gravedad le sucede lo mismo; durante ocho largos minutos la Tierra continuaría girando, atraída por la gravedad de una estrella inexistente. ¡Qué le vamos a hacer!

1 comentario:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Los taquiones, así llamados por Gerald Feinberg, son partículas hipotéticas que se mueven a una velocidad estrictamente superior a la de la luz. Si existiesen (en este momento son pura especulación) no podrían usarse para la comunicación pues viajarían hacia atrás en el tiempo.