Somos
animales visuales. Para conocer el mundo que nos rodea, la vista es nuestro
sentido por excelencia y sinónimo de la verdad: si no lo veo, no lo creo,
aseguramos a menudo. Estamos tan habituados a vivir en un universo dominado por
la luz que con frecuencia nos olvidamos de la excepcionalidad de su
comportamiento. Para empezar, la luz es una radiación electromagnética que viaja
en línea recta habitualmente… pero no siempre, cuando encuentra en su camino
objetos o agujeros muy pequeños curva su trayectoria. Una radiación –decía- que
somos incapaces de ver en su mayor parte: las microondas, los infrarrojos, los
ultravioleta o los rayos X permanecen invisibles para nosotros. Además, los
físicos aseguran que no existe señal en el universo que pueda viajar a mayor
velocidad que la luz en el vacío: ningún tipo de radiación, desde los letales
rayos gamma hasta las, aparentemente, inocuas radioondas puede desplazarse en el
espacio vacío a una velocidad superior. Los rayos alfa y beta que emite
cualquier material radiactivo, o los rayos cósmicos que llegan a la Tierra
procedentes del espacio exterior, o cualquier partícula de materia ni siquiera
pueden alcanzar ese límite; y resulta curiosa esta cota, porque estamos
tentados de asegurar que si empujamos una trocito de materia, ésta cada vez
viajará más rápido. No sucede así, cuando la partícula se mueve a velocidades
próximas a la de la luz, el empujón que sufre no aumenta su velocidad, sino su
masa: su velocidad, por mucho que lo intentemos, nunca llega al valor de la
velocidad de la luz.
Por otro
lado, sabemos que la luz solar tarda ocho minutos en llegar a la Tierra. Si por
alguna circunstancia, no previsible, el Sol explotara, los terrestres no nos
enteraríamos hasta ocho minutos después: dicho con otras palabras, durante ocho
minutos estaríamos viendo una estrella que ya no existe. ¿Se ha sorprendido el
cauto lector? Para completar el pasmo añado que la luz que ahora vemos de
Betelgeuse, la estrella gigante de la constelación de Orión, salió de la
estrella cuando Cristóbal Colón todavía no había llegado a América. Y aún me
queda otro dato por añadir: no sólo la luz viaja a trescientos mil kilómetros
por segundo, a la gravedad le sucede lo mismo; durante ocho largos minutos la
Tierra continuaría girando, atraída por la gravedad de una estrella
inexistente. ¡Qué le vamos a hacer!
1 comentario:
Estimado amigo
Los taquiones, así llamados por Gerald Feinberg, son partículas hipotéticas que se mueven a una velocidad estrictamente superior a la de la luz. Si existiesen (en este momento son pura especulación) no podrían usarse para la comunicación pues viajarían hacia atrás en el tiempo.
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