sábado, 12 de noviembre de 2022

Talidomida

“Y el cisne boga a través de los siglos,
asombrado de ver su doble en el reflejo.”
Inspirados versos de Anna Ajmátova que me recuerdan algunas moléculas químicas; aquéllas que son tan semejantes entre sí como ellas mismas y su imagen reflejada en un espejo. Dicho con otras palabras, se trata de moléculas que tienen los mismos átomos y las mismas uniones, pero cambia su colocación en el espacio: son tan iguales como pueden serlo un guante derecho con uno izquierdo. Los químicos las conocen: las han observado en la naturaleza y las han sintetizado en sus laboratorios, y saben que ambas tienen un comportamiento químico diferente. Voy a mencionar algunas: la carvona es una sustancia que puede oler a menta o a comino, según inspiremos moléculas diestras o zurdas; con el aspartamo sucede algo similar, tiene sabor dulce o amargo dependiendo que ingiramos una u otra molécula. Una de las moléculas del citalopram actúa como antidepresivo, su imagen reflejada en un espejo es inactiva terapéuticamente. Según se use la variante diestra o zurda de la molécula, el propranolol vale para el tratamiento de la hipertensión o como anticonceptivo.
La existencia de dos variedades de la misma molécula (enantiómeros, su nombre técnico) es algo que los químicos deben tener presente para que no sucedan graves dramas sanitarios. La talidomida se comercializó entre 1957 y 1963, como sedante para evitar las náuseas y vómitos durante el embarazo; y tuvo un gran éxito popular porque se creyó que no tenía contraindicaciones; sin embargo Widukind Lenz y el español Claus Knapp demostraron la relación entre la ingestión del medicamento y las malformaciones causantes del nacimiento de cien mil bebés carentes de extremidades. Los investigadores descubrieron que el fármaco contenía una mezcla de ambas moléculas (la diestra y la zurda) de talidomida, circunstancia que hasta entonces no se había tenido en cuenta; desgraciadamente una de ellas producía el efecto sedante y la otra producía las malformaciones. La catástrofe no afectó a los Estados Unidos porque sus autoridades sanitarias se negaron a autorizar el uso del medicamento hasta ser exhaustivamente analizado; no fueron igual de prudentes varios países europeos, Alemania, Inglaterra y España entre ellos, y así les fue a los hijos de las madres que tomaron la talidomida. Hoy, como ayer, la valoración del riesgo-beneficio de cualquier medicamento dado a una mujer durante el embarazo debería ser la premisa indispensable para prevenir los potenciales peligros para el feto.

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