sábado, 11 de diciembre de 2021

Desiertos y desertificación


Parajes yermos azotados por el viento, territorios inhóspitos resquebrajados por la escasez de lluvias y por las temperaturas extremas. Espacios donde la naturaleza se presenta en su estado primitivo y donde la vida se convierte en una hazaña ofrecen un marco óptimo para el sosiego, la tranquilidad y la reflexión: la soledad del desierto enamora. 
¿Por qué el treinta por ciento (probablemente el treinta y ocho en los próximos años) de la superficie del planeta, compuesto por agua en su mayoría, está cubierta por desiertos? La respuesta es una mezcla de argumentos geográficos y económicos: la falta de lluvia, la ubicación de las montañas y la peligrosa intervención humana. 
De forma natural los desiertos se originan porque algunas regiones del planeta no reciben agua suficiente -menos de doscientos cincuenta milímetros de precipitaciones al año es la cantidad crítica- para producir alguna vegetación. ¿Qué imaginamos cuando evocamos un desierto?, ¿tal vez dunas y calor ardiente? Como en el Sahara, el desierto de Arabia, los desiertos australianos, el Kalahari, el desierto sirio o el de Chihuahua. Esa imagen es cierta... parcialmente porque, además de arenas, las interminables planicies de piedras son paisajes habituales. También existen desiertos costeros frescos, como el de Atacama en Chile (el más árido del planeta) o el Namib en África. Y desiertos fríos, causados por una cadena de montañas o una barrera natural, que impide el paso de los vientos húmedos, como el Gobi, el Kara-kum, el Takla-makan, el de Patagonia o la Gran Cuenca de Norteamérica. También las regiones polares, la Antártida y el Ártico, se consideran desiertos, aunque estén sobre hielo. En España hay desiertos, pequeños, pero desiertos al fin y al cabo: el de Tabernas en Andalucía, árido como pocos, y los resecos parajes semidesérticos de los Monegros (Aragón) y de las Bárdenas (Navarra).
No sólo la naturaleza forma desiertos. La desertificación de un territorio es un proceso de degradación del suelo, que reduce o pierde su productividad biológica, debido fundamentalmente a la intervención antrópica. La mala gestión humana se concreta en la deforestación y en la destrucción de la cubierta vegetal, por el cultivo en tierras secas y el pastoreo excesivo en regiones semiáridas, con la consiguiente erosión de los suelos, en la sobreexplotación de acuíferos y falta de agua, o en la irrigación excesiva, con la consecuente salinización del terreno. No lo dudes, escéptico lector, la desertificación amenaza la sostenibilidad del planeta. 

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