sábado, 5 de diciembre de 2020

Venganza


Reflexionaba sobre la frase siguiente, leída en un cuento de William Faulkner. “Porque es sólo en la literatura donde las anécdotas paradójicas y, a menudo, mútuamente excluyentes de un alma humana pueden yuxtaponerse y amalgamarse, por medio del arte, en un todo de verosimilitud y plausibilidad”. ¿Sólo por medio del arte entendemos el alma humana? No hace mucho tiempo asentiría; hoy, ante los espectaculares avances de las neurociencias, negaría. 
Imagine el prudente lector que su cónyuge, madre o hijo fallece en un atentado terrorista. Condenan a muerte al responsable. ¿Presenciaría su ejecución? Si lo hace, no se preocupe por su salud mental: no es una conducta patológica. Junto con la empatía y el altruismo, los humanos tenemos capacidad para sentir placer ante el dolor ajeno cuando se considera merecido. Distintos investigadores ha explorado hasta que punto esta emoción está presente en los infantes y en nuestros parientes animales más próximos. Las neuroimágenes del cerebro revelan que nos satisface contemplar el padecimiento de quien nos ha dañado: el sentimiento de venganza tiene un sustrato biológico. Y tiene sentido evolutivo: no resulta rentable ayudar a quien nos ha perjudicado en el pasado pues aumentaría la probabilidad de sufrir daños en el futuro. Por tanto, si bien es cierto que los humanos somos cooperadores naturales también lo es que somos vengadores naturales. 
Chimpancés y macacos japoneses se vengan: castigan a los autores de un acto hostil. Ahora bien, ¿sienten placer al presenciar un castigo que consideran merecido? Un equipo de investigadores hizo experimentos que demuestran que tanto chimpancés como niños de seis años buscan presenciar el castigo del congénere que previamente se ha portado mal con ellos. Describámoslos. Un chimpancé observa cómo un experimentador golpea a otro, que le había quitado comida al animal. A continuación, los experimentadores se ocultan: el primate se molesta en abrir una pesada puerta para seguir presenciando el castigo. Un niño tiene la misma conducta: observa cómo una marioneta castiga a otra que, previamente, se había portado mal con el pequeño (quitándole unos juguetes). El niño paga una moneda para continuar contemplando los golpes. Estos resultados indican que la venganza surgió como un mecanismo evolutivo destinado a desincentivar agresiones futuras.
Reaccionamos ante las injusticias, nos vengamos y nos place presenciar un castigo que consideramos merecido. Actos que, si bien revelan el lado oscuro de nuestra naturaleza, también son la base de los sistemas legales que nos protegen. 

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