sábado, 12 de septiembre de 2020

Viroides


Todo comenzó con la tristeza de los cítricos, melancólico nombre de una afección que me condujo a indagar sobre las enfermedades de tan románticos frutales; una de ellas, la exocortis me llamó extraordinariamente la atención, pues el agente causal no es un hongo, ni un microorganismo celular, ni un virus. ¿Cómo es posible? Los viroides (junto con los priones), ambos mucho más pequeños que los virus, son los agentes infecciosos más diminutos que se conocen; su pequeño tamaño no les impide causar perjudiciales enfermedades a las plantas: al cocotero y a la palmera les afecta el cadang-cadang, a la patata y el tomate les daña el PSTV, al naranjo el mencionado exocortis; sin embargo, no se han descubierto viroides en animales. 
A un sumiller le deleita catar los diferentes sabores de los buenos vinos; al escritor le sucede algo parecido con los descubrimientos, le gusta leer cómo el propio investigador relata su innovador trabajo. Así escribe Theodor Otto Diener: “No cabía la menor duda de que el agente de la enfermedad de los tubérculos fusiformes de la patata difería absolutamente de los virus y constituía el primer representante de una recién reconocida clase de patógenos subvíricos. En 1971 propuse que a tales agentes se les denominase viroides”. Diener había derribado un paradigma inmutable durante siete decenios: los virus ya no constituían el peldaño inferior de la escala biológica; de manera implícita los biólogos habían asumido que todos los patógenos no celulares eran virus… y se habían equivocado. Los viroides son, únicamente, un corto filamento de ARN (entre dos y cuatro centenares de nucleótidos), cuyo tamaño es muy inferior al genoma de los virus más diminutos; y, al contrario, que ellos no contienen proteínas. 
Siendo tan diferentes virus y viroides, ¿tienen éstos, en contra de lo que su nombre sugiere, un origen evolutivo independiente de los otros? Probablemente, sí. Diener planteó la hipótesis de que los viroides son fósiles supervivientes del hipotético mundo de ARN precelular que contempló la Tierra hace cuatro mil millones de años; sus propiedades los convierten en los candidatos más plausibles a reliquias: tienen un pequeño genoma (para impedir un fatal error causado por una replicación poco fiel), presentan actividad catalítica y carecen de capacidad para codificar proteínas. 
Empecé fijándome en enfermedades vegetales y acabo indagando sobre las primeras etapas de la vida terrestre. ¡Qué maravilloso es el oficio científico! 

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