El
escritor reconoce que es intelectualmente muy curioso; una virtud, o
vicio -hay opiniones divergentes-, que me conduce a hacerme preguntas
sobre el funcionamiento de la naturaleza, a las que no siempre hallo
respuesta. He aquí una de ellas. El instruido lector sabe que el
ADN, la molécula que contiene la información relativa a la
herencia, consta de dos cadenas de moléculas (que llamamos
nucleótidos) enrolladas en una espiral. Hace ya un decenio me
preguntaba yo por las razones del uso de una cadena, en vez de la
otra, para almacenar información. Ya conozco alguna respuesta, pero
antes de comentarla debo hacer algunas aclaraciones. La secuencia de
un segmento de una cadena de ADN se nombra sentido, si se puede
traducir en una proteína; la secuencia de la cadena de ADN
complementaria se apellida antisentido. Los biólogos ya saben que,
en ambas cadenas del ADN, pueden existir tanto secuencias sentido,
que codifican proteínas, como secuencias antisentido, que no las
codifican; es decir, las secuencias codificadoras no están todas
presentes en una sola cadena, sino repartidas entre las dos. ¿Cuándo
en una, y no la otra? Nadie lo sabe.
Los
biólogos también han averiguado que tanto en las células de las
bacterias como en las células animales y vegetales se producen ARNs
mensajeros con secuencias antisentido; recordemos que los ARNs
mensajeros son moléculas (formadas por una cadena de nucleótidos, y
no dos) que actúan como intermediarios entre el ADN y la fábrica de
proteínas, y sirven como patrón para su síntesis. ¿Qué función
tienen estos singulares mensajeros que no portan mensajes? Se
conjetura que los ARN antisentido se aparean con sus complementarios,
bloqueando así su traducción en proteínas: de ser cierta tal
hipótesis, intervendrían en la regulación de la expresión
genética. Pero el fenómeno todavía es más complicado. La
distinción entre cadenas sentido y antisentido se vuelve más difusa
en algunos, pocos, segmentos del ADN, que tienen genes superpuestos:
algunas secuencias del ADN codifican una proteína cuando se leen a
lo largo de una cadena, y una segunda proteína cuando se leen en la
dirección contraria de la otra cadena. El ingenioso lector seguro
que habrá sospechado, y así los han comprobado los investigadores,
que este hecho es más frecuente en los virus que en la células de
cualquier ser vivo. ¿La razón? La posibilidad de contener genes
superpuestos aumenta la cantidad de información que pueden almacenar
los diminutos genomas virales.