Así
describe
un cronista del
año 943 a
una
enfermedad que alcanzó
proporciones epidémicas en
Europa:
“Había en la calle hombres que se desplomaban, entre alaridos y
contorsiones; otros caían y echaban espuma por la boca, afectados
por crisis epilépticas, y algunos vomitaban y daban signos de
locura. Muchos gritaban: ¡Fuego! ¡Me abraso!. Se trataba de un
fuego invisible que desprendía la carne de los huesos y la consumía.
Hombres, mujeres y niños agonizaban con dolores insoportables.” La
llamaron fuego de San Antonio porque los enfermos iban al santuario
del santo con la esperanza de sanar.
Hoy sabemos que el
mal se
debía al consumo de centeno contaminado con micotoxinas
producidas
por el hongo cornezuelo
del centeno (Claviceps
purpurea).
Y
no sonriamos con suficiencia pensando que
tales
toxinas
ya no nos afectan:
muchos jóvenes, en la segunda mitad del siglo XX, eligieron el LSD,
un producto sintético derivado de las
micotoxinas del
cornezuelo, para experimentar alucinaciones… o padecer psicosis
artificiales.
Que
mucho son los caminos por los que circula la estulticia humana.
Probablemente
las sustancias
tóxicas producidas por hongos han
ocasionado enfermedades (entre
las que se hallan el cáncer y la inmunodepresión)
desde que la
humanidad
comenzó a cultivar plantas; la
exposición a ellas,
por ingestión, inhalación o absorción cutánea, es
peligrosa
e, incluso, pueden provocar la
muerte.
Los
epidemiólogos no descartan que la reducción demográfica habida en
Europa occidental durante el siglo XIII se debiese a la sustitución
de centeno por
trigo
que contenía micotoxinas del hongo Fusarium; el
mismo hongo que contaminó los cereales, almacenados en Siberia
durante la segunda guerra mundial, y que ocasionó la muerte de miles
de sufridos rusos.
Convencidos
ya
de
la peligrosidad de las micotoxinas del cornezuelo, indicamos un
remedio que, al menos durante la Edad
Media,
resultaba salutífero. Los sufridos enfermos debían hacer el Camino
de Santiago. ¿Acaso
el
influjo del Apóstol determinaba la
curación? Porque curaciones había. El escritor, humildemente, tiene
otra posible explicación. El
consumo de pan de centeno estaba extendido en Centroeuropa y la
presencia del
cornezuelo
en la harina era abundante en
Alemania
y
Francia, donde el centeno era el
cereal más cultivado. Ahora
bien, gran
parte del Camino discurre por Castilla, cerca
de las
grandes llanuras trigueras.
Nos
consta que los monjes del
monasterio de San Antón de Castrojeriz (Burgos) curaban
a los peregrinos enfermos.
¿Quizás
porque el
pan
de trigo candeal, desprovisto de
cornezuelo,
acompañaba
a
los amorosos cuidados de sus moradores? ¡Ah!