La
vida urbana ha cambiado nuestros hábitos: apenas reparamos en el cielo; cierto,
el hombre contemporáneo está menos familiarizado con el cielo nocturno que
nuestros antecesores cazadores recolectores de hace cien mil años. Sin embargo,
hasta el más encallecido urbanita, si alguna vez levanta la mirada arriba, en
una noche despejada, se preguntará por el significado de aquella majestuosidad
que le anonada.
Sobre
el significado del universo, nada podemos disertar los científicos, pero sí conocemos
el modo en que nacen, viven y mueren las estrellas. El noctámbulo espectador
del firmamento admira las estrellas, el astrónomo, además, se pregunta cuántas
variedades hay. El tamaño, la distancia, el color, el brillo o la cantidad de
materia nos proporcionan información sobre las características de las estrellas;
por lo de pronto, ateniéndonos al resultado de las observaciones podemos agruparlas
en seis tipos básicos. Sigamos, ahora, la evolución de una estrella; desde el
nacimiento hasta su muerte. Una enorme nube de gas –una nebulosa- se colapsa
debido a su gravedad; al hacerlo, se comprime, se vuelve más densa y se
calienta; como lo haría un gas cualquiera. El proceso continúa hasta que la
región central de la inmensa nube astronómica se ha calentado tanto que se
inician en ella las reacciones nucleares de fusión del hidrógeno. Al llegar a
ese punto, la situación se estabiliza: la protoestrella inicial se ha
convertido en estrella. Esta secuencia de acontecimientos ocurre en las
estrellas normales, como nuestro Sol, que los astrónomos denominan estrellas de
la secuencia principal. Ahora bien, la cantidad de materia de la nebulosa original
condiciona la vida y la masa de la estrella recién formada; las más pesadas brillan
más (serán blancas o azuladas), las más ligeras, menos (serán rojas); aquéllas
mueren pronto, de jóvenes, éstas tarde, de ancianas. En cualquier caso, acabado
el combustible nuclear, las estrellas fallecen dejando como residuos, agujeros
negros, estrellas de neutrones o enanas blancas, según que contengan más o
menos masa. Pero antes del óbito se transforman; las estrellas ligeras, en gigantes
rojas (como Arturo en la constelación del Boyero, Aldebarán en Tauro o nuestro
Sol en el futuro) y las pesadas, en supergigantes (rojas, como Betelgeuse en
Orión o azules, más pequeñas, como Rigel en la misma constelación anterior).
Como
si de humanos se tratara, las estrellas nacen, viven y mueren. Eso vemos en el
cielo.
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