Sorprenderá
a muchos impasibles lectores saber que los plátanos y otros muchos alimentos
son radiactivos, sí, lo ha leído bien, radiactivos; su radiactividad, o la de
la cerámica, hace saltar las alarmas de los sensores de radiación que se usan
en puertos y aduanas, para detectar el contrabando de material nuclear.
La
radiactividad del plátano se debe a que contiene potasio; en un plátano de ciento
cincuenta gramos hay seis décimas de gramo de potasio; potasio que
contiene -de forma natural- setenta millonésimas de gramo de potasio cuarenta –cuya
actividad radiactiva es dieciocho y media desintegraciones cada segundo-. Para
apreciar la magnitud de la radiación en la que estamos inmersos, de manera
natural en nuestro planeta, se usa la dosis de radiación equivalente a la
ingestión de un plátano diario, durante un año: treinta y seis milésimas
de mSv (carece de importancia el significado del símbolo); compárese con la
radiación natural en la Tierra durante el mismo tiempo: dos mil cuatrocientas milésimas
de mSv; en consecuencia, por el mero hecho de vivir en nuestro planeta durante
un año, cualquier persona está expuesto a una radiación sesenta veces superior
a comerse un plátano diario durante un año.
El
potasio cuarenta es un isótopo radiactivo del potasio; doce milésimas por ciento,
de la cantidad total del potasio que se encuentra en la naturaleza, son de este
inusual y longevo isótopo, que tarda más de mil millones de años en
desintegrarse la mitad. El ochenta y nueve por ciento del potasio radiactivo se
descompone en calcio cuarenta con emisión de radiación beta y el once por
ciento se desintegra en argón cuarenta emitiendo rayos gamma. Nos
equivocaríamos si pensáramos que la escasa radiactividad de este elemento carece
de importancia; la gran abundancia del argón (casi el uno por ciento) en la
atmósfera terrestre se debe a su desintegración; más aun, la desintegración del
potasio cuarenta ocupa el tercer lugar, después del isótopo doscientos treinta
y dos del torio y del isótopo doscientos treinta y ocho del uranio, como fuente
de calor en el manto terrestre. Por último, el potasio cuarenta es la mayor fuente
de radioactividad natural en los animales, nosotros incluidos; un cuerpo humano
de setenta kilos contiene ciento cuarenta gramos de potasio, por lo tanto,
dieciséis miligramos del isótopo cuarenta del potasio cuya radiactividad alcanza cuatro mil
trescientas desintegraciones por segundo. ¡Tampoco es para echarse a temblar!
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