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El
sida, el ébola y el dengue son mortales enfermedades víricas que amedrentan a la humanidad en el
siglo XXI; ante esa evidencia el ingenuo lector puede pensar que nunca antes ha
habido plagas tan terribles. Yerra. Antes del descubrimiento de los
antibióticos, que nos defienden de las bacterias, de las vacunas, que nos
inmunizan contra los virus, o de la aplicación de medidas de higiene pública que nos protegen de los parásitos, las epidemias causaron catástrofes mundiales.
Recordaré las dos más mortíferas de la historia.
La
pandemia de la peste negra afectó a Europa, China, India, Oriente Medio y el
Norte de África; en Europa alcanzó su punto álgido entre 1346 y 1361 matando a
un tercio de la población, aproximadamente veinticinco millones de víctimas, a
las que hay que añadir entre cuarenta y sesenta millones de asiáticos y
africanos fallecidos. Yersinia pestis provocó la enfermedad; se trata de una
bacteria que tiene el dudoso honor de encabezar, después de la malaria, la
lista de agentes infecciosos que han matado más humanos en toda la historia. La
peste es una enfermedad de las ratas; la mayoría muere tras ser infectadas,
pero algunas sobreviven y difunden el mal. Las pulgas propagan la enfermedad; al
picar a un animal infectado, succionan su sangre y las letales bacterias; bacterias
que se multiplican en su aparato digestivo y son transferidas a otra rata o a
una persona en la siguiente picadura. La temperatura ambiental influye en la
transmisión porque, si es baja, la pulga no digiere toda la sangre, parte la
regurgita al picar a otro animal, arrastra a las bacterias y produce un nuevo contagio.
En
sólo un año, la pandemia de gripe de 1918 provocó entre veinte y cuarenta
millones de víctimas. A diferencia de las otras epidemias de gripe que afectan sólo
a niños y ancianos, también infectó a adultos saludables. Los investigadores
estiman que la variante del virus de la gripe de 1918 promovía una reacción
inmunitaria exagerada en el sujeto infectado que le impulsaba a producir
citocinas en exceso (tormenta de citocinas); citocinas inductoras de una
inflamación que acaba causando la muerte. Se le apellidó gripe española porque únicamente
la prensa española le concedió la atención que merecía; mérito atribuible a la
ausencia de censura en el país. ¿Sorprendido el suspicaz lector? España no participaba
en la Gran Guerra… afortunadamente.
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