Desde
el año 2016 ya se puede afirmar que la vida mínima terrestre es
artificial. Un equipo de científicos encabezado
por Craig Venter, en el que participaba el premio Nobel Hamilton Smith, creó una singular bacteria; para hacerlo, los investigadores manipularon los seres vivos que presentan el genoma más pequeño; concretamente, a uno de ellos,
la bacteria parásita Mycoplasma genitalium, que se halla en el aparato genital y contiene quinientos veinticinco genes. Las bacterias artificiales recién creadas también son mycoplasmas, pero sus genomas sólo contienen cuatrocientos setenta y tres genes,
los mínimos indispensables para vivir y replicarse. ¿Tienen alguna
característica que las distinga de sus hermanas naturales? Resultan más
vulnerables: sólo subsisten en los laboratorios, en cultivos repletos de nutrientes sin los que no podrían existir pues carecen de la
capacidad de adaptarse a los imprevistos que suceden en el ambiente, como hacen
el resto de seres vivos. A cambio tienen alguna ventaja: se dividen para generar hijas más rápidamente.
Los biólogos han conseguido fabricar las bacterias artificiales descartando
genes aleatoriamente: para ello, en el genoma de las mycoplasmas, introducen transposones,
unos genes saltarines que aterrizan en un lugar del genoma al azar y desactivan
el gen que allí encuentran. De esta singular manera los científicos han
conseguido que la bacteria se quede con el mínimo paquete de genes
imprescindibles para permanecer viva y dividirse, ni uno más ni uno menos. Además de diseñar seres vivos inéditos, los investigadores han adquirido nuevos conocimientos durante su labor: que muchos de
los genes eliminados tienen la misma función que otros esenciales, es decir, que
son repuestos; también han hallado que el genoma mínimo carece de los genes
capaces de modificar el ADN original, aunque conserva los genes capaces de leer
el ADN y transmitirlo a las nuevas generaciones. Un dato, sobre todos los demás,
les ha llamado la atención: la vida mínima requiere ciento cuarenta y nueve genes
cuya función resulta totalmente desconocida, nada menos que el treinta por
ciento de todo el genoma. ¡Qué ya es ignorancia!
La
conclusión de estos trabajos no sorprenderá al sesudo lector: ya falta menos
para que los biotecnólogos produzcan en sus laboratorios un genoma sintético, lo
trasplanten a una bacteria a la que hayan vaciado antes de todo su contenido
genético, y que este nuevo ser viva y se reproduzca con una programación biológica artificial.
1 comentario:
Estimado amigo
1. Hamilton Smith recibió el Premio Nobel de Medicina de 1978 por el descubrimiento de los enzimas de restricción, enzimas capaces de reconocer una secuencia de nucleótidos en una molécula de ADN y cortar el ADN en ese punto.
2. Hamilton Smith es director de investigación sobre el ADN de Celera Genomics Corporation, que ha intervenido en el descubrimiento del mapa del genoma humano.
Saludos cordiales
Epi
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