Tal
vez los humanos no seamos muy racionales, pero tratamos de ser muy coherentes. Cierto,
a menudo no nos molestamos en pensar lo que hacemos, pero sí nos preocupa justificar
ante los demás y ante nosotros mismos lo que hemos hecho. Una vez tomada una
decisión, ya sea en una compra o en una elección moral o política, nos cuesta
reconocer que quizá nos hayamos equivocado (sostenella y no enmendalla decían
los caballeros antaño y repiten los soberbios ogaño); defendemos nuestra decisión
no tanto porque creamos que haya sido la mejor opción, sino porque así nos demostramos
a nosotros mismos que somos personas coherentes, nos convencemos que somos
sabios y hemos elegido bien. En fin, tratamos a toda costa de quedar bien con nuestros
semejantes y de ser capaces de dormir con la conciencia tranquila. Los psicólogos
han estudiado este rasgo humano.
En
1957 Leon Festinger introdujo la teoría de disonancia cognoscitiva para
explicar las reacciones ante la inconsistencia entre las actitudes y las creencias.
Los individuos nos esforzamos por ser consistentes: normalmente no mantenemos actitudes
incompatibles (o disonantes), ni nos comportamos en contradicción con nuestras creencias.
Más aún, los psicólogos suponen que las personas evitan activamente situaciones
sociales o informaciones que probablemente les produzcan disonancia; y cuando
existe inconsistencia, la teoría señala que el incómodo estado psicológico
incita al individuo a reducirla. “La zorra y las uvas”, fábula VI del libro
cuarto de las Fábulas de Félix María Samaniego, ilustra la teoría. Leámosla:
Es
voz común que, a más de mediodía,
en
ayunas la zorra iba cazando:
halla
una parra; quédase mirando
de
la alta vid el fruto que pendía.
Causábala
mil ansias y congojas
no
alcanzar a las uvas con la garra,
al
mostrar a sus dientes la alta parra
negros
racimos entre verdes hojas.
Miró,
saltó y anduvo en probaduras;
pero
vio el imposible ya de fijo.
Entonces
fue cuando la zorra dijo:
-No
las quiero comer. No están maduras.
No
por eso te muestres impaciente,
si
se te frustra, Fabio, algún intento:
aplica
bien el cuento,
y
di: no están maduras, frescamente.
¿Ha
entendido el sabio lector cómo resuelve el problema la zorra? Eso es disonancia
cognoscitiva, un mecanismo que está detrás de algunas catástrofes militares y
de decisiones empresariales que eluden sistemáticamente cualquier información
que contradiga su enfoque de la realidad. El fumador contumaz también padece
disonancia: como tiene un hábito que sabe insano, inventará justificaciones inverosímiles
o minimizará la información médica para solventar su incómodo estado
psicológico.
2 comentarios:
Hola Epi.
Todo lo que afirmas en esta entrada, ¿podría tratarse de una disonancia cognoscitiva?
Saludos.
Estimado amigo
¡Estupenda crítica! Sólo puedo contestar con otra pregunta ¿Sabemos que existimos? ¿Es la vida un sueño?
Y ya más en serio. Todas las teorías científicas están permanentemente sujetas a crítica; aunque nos guiemos por ellas para conocer este proceloso mundo. Un libro del filósofo Jesús Mosterín “Historia de la filosofía. 1 El pensamiento arcaico” tiene un estupendo epílogo (páginas 224-227) que acaba de esta manera “entender el pensamiento arcaico constituye ya un paso decisivo hacia su superación, pues una de sus notas características consiste en su falta de conciencia crítica y metodológica”. Según el autor, muchos movimientos políticos, religiosos o nacionalistas se guían por el pensamiento arcaico; precisamente por esa falta de autocrítica. No sucede así con el pensamiento científico. Cualquier teoría científica tiene que ser puesta en duda ¡Faltaría más! Pero si tenemos pruebas para aceptarla, aunque no sean concluyentes debemos adoptarla provisionalmente. La existencia de los átomos no se demostró plenamente hasta comienzos del siglo XX, sin embargo había argumentos para sostener la teoría atómica desde comienzos del siglo XIX.
Saludos cordiales de
Epi
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