Alguna
vez se ha preguntado el curioso lector las causas por las que no vemos más (o
menos) colores. ¿Por qué no columbramos los rayos ultravioleta, que sí ven los
insectos y las aves? Los fisiólogos ya lo han averiguado: la respuesta se
encuentra en la retina, la parte posterior del ojo, el equivalente a la
película de una cámara fotográfica. En la retina hay dos tipos de células
sensibles a la luz, los bastones y los conos; en ellos se encuentran las
moléculas que absorben los fotones y producen el impulso nervioso -una corriente
eléctrica- que viaja hacia el cerebro. Los primeras se activan debido a la
intensidad de la luz (nos permiten ver de noche), los segundas lo hacen con los
distintos colores (la frecuencia); colegimos que la visión cromática dependerá
de la cantidad de conos distintos que contenga el animal. Muchas aves, reptiles
y peces tienen cuatro clases de conos (los sensibles al rojo, azul, verde y
ultravioleta), su visión es, entonces, tetracromática; los primates, nosotros
incluidos, disponemos de tres tipos (sensibles al rojo, azul y verde) y visión
tricromática; la mayoría de los mamíferos sólo poseen los verdes y azules –tienen,
por tanto, visión dicromática-, incluso alguno, el mapache, no tiene conos.
Los
humanos no percibimos los tonos ultravioleta que adornan el plumaje de los cuervos
o que atraen abejas a las flores. ¿Por qué, siendo descendientes de los
reptiles, la mayoría de los mamíferos han perdido la capacidad de ver el ultravioleta
y el rojo? La hipótesis más probable apunta a que, durante el Cretácico, los
dinosaurios poblaban los hábitats que ahora ocupan los mamíferos; nuestros
ancestros, para sobrevivir y huir de los depredadores, se convirtieron en animales
nocturnos y, para ese modo de vida, la visión cromática resultaba inútil: en
consecuencia, perdieron dos de los cuatro fotorreceptores (el ultravioleta y el
rojo). Al extinguirse los dinosaurios los mamíferos colonizaron el planeta, modificaron
su conducta y se volvieron diurnos; algunos grupos, como los primates,
recuperaron el fotorreceptor rojo, lo que les facilita la detección de los frutos
maduros; otros, como muchos roedores -ratas, ratones, jerbos, topos y cobayas- han
conservado -o recuperado- el fotorreceptor ultravioleta, lo que les permite comunicarse
con otros congéneres y marcar el territorio pues la orina y las heces reflejan
el ultravioleta.
En
fin, el mundo de luz, sombras y color de los animales es mucho más rico de lo
que nos habíamos imaginado.
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