sábado, 7 de mayo de 2016

Pérdida de suelos


            Recomiendo al lector inteligente que vea Home (hogar, en español). Este bello documental, estrenado en 2009 y dirigido por Yann Arthus-Bertrand, muestra cómo las actividades humanas se han convertido en una amenaza para el mantenimiento de la diversidad de la vida sobre la Tierra. El perspicaz lector probablemente sabe que la civilización humana necesita energía, agua y aire limpio; pero seguro que se ha olvidado del suelo; sin embargo, sin él no habría agricultura; porque los suelos, aunque parezca mentira, se forman –en miles de años- y destruyen –en decenios-; se trata de un recurso no renovable de tanta importancia -y tan desdeñado- que, para recordarlo, la ONU ha declarado año internacional del suelo al 2015.

Desde que los cazadores recolectores humanos abandonaron la vida nómada y decidieron construir aldeas y ciudades, hace unos doce mil años, eligieron sus asentamientos cerca del agua y de la tierra fértil. Los terrenos improductivos, frecuentemente promontorios, se dedicaban a la edificación; y así sucedió hasta la explosión demográfica del siglo XX. En el siglo pasado, el suelo productivo de la periferia de las ciudades se ha destruido sin mesura para acomodar a más de la mitad de la población mundial.

La roturación de tierras iniciada en el neolítico permitió aumentar la producción de alimentos y, por lo tanto, acrecentar la población humana desde unos diez millones escasos a los siete mil millones contemporáneos. Pero las distintas civilizaciones han arruinado y abandonado el suelo conforme perdía productividad; tanto destruyeron que, en la actualidad, un tercio de las tierras del planeta está degradado. Hoy, avanza más rápidamente la población mundial que la roturación de nuevas terrenos; en consecuencia, ha disminuido la disponibilidad de cultivos: en 1960, había cero coma cuarenta y cinco hectáreas cultivadas por persona; en 2010, la mitad. Aun reconociendo que la productividad se ha duplicado en el mismo periodo, si sigue el ritmo actual de degradación edáfica, dentro de veinticinco años la producción mundial de alimentos se habrá reducido un doce por ciento, con lo que no se podrá alimentar a la población mundial.

Para que no se reproduzcan en otros lugares las hambrunas del Sahel de los años setenta, provocadas por la pérdida de suelo, los organismos internacionales se han propuesto mantener la superficie de tierras productivas del planeta. Para lograrlo pretenden reducir los procesos de degradación y restaurar las tierras ya degradadas. Las intenciones son buenas, ojalá les acompañen los hechos.

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