Recomiendo al lector inteligente que
vea Home (hogar, en español). Este bello documental, estrenado en 2009 y dirigido
por Yann Arthus-Bertrand, muestra cómo las actividades humanas se han
convertido en una amenaza para el mantenimiento de la diversidad de la vida
sobre la Tierra. El perspicaz lector probablemente sabe que la civilización humana
necesita energía, agua y aire limpio; pero seguro que se ha olvidado del suelo;
sin embargo, sin él no habría agricultura; porque los suelos, aunque parezca
mentira, se forman –en miles de años- y destruyen –en decenios-; se trata de un
recurso no renovable de tanta importancia -y tan desdeñado- que, para
recordarlo, la ONU ha declarado año internacional del suelo al 2015.
Desde
que los cazadores recolectores humanos abandonaron la vida nómada y decidieron
construir aldeas y ciudades, hace unos doce mil años, eligieron sus
asentamientos cerca del agua y de la tierra fértil. Los terrenos improductivos,
frecuentemente promontorios, se dedicaban a la edificación; y así sucedió hasta
la explosión demográfica del siglo XX. En el siglo pasado, el suelo productivo
de la periferia de las ciudades se ha destruido sin mesura para acomodar a más
de la mitad de la población mundial.
La
roturación de tierras iniciada en el neolítico permitió aumentar la producción
de alimentos y, por lo tanto, acrecentar la población humana desde unos diez
millones escasos a los siete mil millones contemporáneos. Pero las distintas
civilizaciones han arruinado y abandonado el suelo conforme perdía
productividad; tanto destruyeron que, en la actualidad, un tercio de las
tierras del planeta está degradado. Hoy, avanza más rápidamente la población
mundial que la roturación de nuevas terrenos; en consecuencia, ha disminuido la
disponibilidad de cultivos: en 1960, había cero coma cuarenta y cinco hectáreas
cultivadas por persona; en 2010, la mitad. Aun reconociendo que la
productividad se ha duplicado en el mismo periodo, si sigue el ritmo actual de
degradación edáfica, dentro de veinticinco años la producción mundial de
alimentos se habrá reducido un doce por ciento, con lo que no se podrá alimentar
a la población mundial.
Para
que no se reproduzcan en otros lugares las hambrunas del Sahel de los años
setenta, provocadas por la pérdida de suelo, los organismos internacionales se han
propuesto mantener la superficie de tierras productivas del planeta. Para
lograrlo pretenden reducir los procesos de degradación y restaurar las tierras
ya degradadas. Las intenciones son buenas, ojalá les acompañen los hechos.
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