Todos
los seres vivos estamos expuestos a que la molécula que almacena nuestra la
información genética –el ADN- sufra cambios que, si son permanentes y
heredables, denominamos mutaciones; mutaciones que suceden por azar y son poco frecuentes
en la vida de un individuo: su probabilidad en una célula humana es uno entre
cien mil, en una bacteria, uno entre mil millones. Tanto los reactivos químicos
que hay en el ambiente como los productos en los que se transforman dentro de
las células pueden alterar el ADN: los agentes desaminantes -nitritos,
nitratos (utilizados como conservantes de las carnes) y nitrosaminas- sustraen
átomos al ADN; los agentes alquilantes le añaden; y aun hay agentes químicos que
sustituyen unos átomos por otros. Además de la química intervienen otros
factores, el diez por ciento de los cambios del ADN producidos por agentes no
biológicos se debe a las radiaciones ultravioleta -suelda átomos que deberían
estar separados- y a las radiaciones ionizantes (rayos X, rayos gamma o rayos
cósmicos). Añadiré que existe evidencia estadística de que la exposición
continua a algunos agentes químicos aumenta la frecuencia de cánceres; concretamente,
se ha estimado que el noventa por ciento de la oncogénesis se debe a la exposición
a agentes físicos o químicos. Debido a estos motivos existe un razonable interés público por determinar
los posibles efectos carcinogénicos de los compuestos industriales, aditivos
alimentarios, gases emitidos por automóviles, colorantes, aromatizantes,
medicamentos y cosméticos a los que estamos expuestos continuamente. Constituye
un problema difícil, puesto que tenemos contacto frecuente con más de cien mil sustancias
y continuamente se están introduciendo más en el ambiente; además, ensayar la toxicidad de un compuesto es caro y tarda tiempo. Añadiré que, para abaratar costes y
tiempo, se ha propuesto una prueba relativamente sencilla que mide si el agente
químico produce mutaciones, presuponiendo en tal caso que, probablemente, sea carcinógeno.
Un
apunte más. Los enzimas celulares pueden reparar las lesiones del ADN. No sucede lo
mismo con el ARN; si se daña, la célula no tiene capacidad para repararlo. ¿Por
qué? La integridad del ADN es vital para la conservación de una especie, mientras
que la integridad del ARN sólo es vital para una célula o, a todo lo más, para
un individuo: y los individuos, desgraciadamente, somos prescindibles. ¡Así de cruel
se muestra la naturaleza!
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