Hace
dos milenios y medio de años la observación del cielo con el ojo desnudo había
proporcionado datos astronómicos suficientes como para establecer teorías sobre el universo basadas en la razón y no en el mito. En la época de Galileo Galilei (siglos
XVI-XVII), con los nuevos datos aportados por los primeros telescopios astronómicos se perfeccionó el modelo del universo: la Tierra giraba en el espacio alrededor del Sol. Más adelante, en el siglo XX, los instrumentos proporcionaron información no
sólo de la luz visible que emitían los astros, sino de toda la radiación
electromagnética: se detectaron las ondas de radio y las microondas, los rayos
ultravioleta, los infrarrojos, los rayos X y los gamma. Con los datos obtenidos,
el cosmos, que para Newton o Laplace abarcaba únicamente la Vía Láctea, se amplió
de una manera inimaginable: el radio del universo observable necesita hoy de un
número de veintisiete cifras para escribirse.
En
el siglo XXI, los astrónomos pretenden detectar señales astronómicas distintas
a la radiación electromagnética. A principios del siglo pasado comenzaron a
captarse las partículas subatómicas que provienen del espacio exterior
denominadas rayos cósmicos, las partículas más energéticas de la naturaleza; los
primeros detectores se colocaron en globos y satélites, hoy, en el observatorio
Pierre Auger, construido en Argentina, se pretende observar radiación cósmica
billones de veces más energética. Ha comenzado ya la astronomía de neutrinos: el
telescopio Kamiokande ha detectado los neutrinos de la supernova 1987A y los
neutrinos emitidos por el Sol; su sucesor, el Super-Kamiokande, utiliza un
detector de cincuenta mil toneladas de agua, el IceCube, situado en el Polo Sur,
un kilómetro cúbico. Y todavía falta captar las ondas gravitacionales predichas por Einstein… si existen; nadie las ha detectado, pero se sospecha
que se producen en los choques de galaxias, en explosiones de supernovas o en
la formación de agujeros negros, y también en los primeros instantes del
universo: debe existir, por lo tanto, un fondo de ondas gravitacionales, análogo
a la radiación de fondo de microondas. Telescopios ubicados en distintos lugares
de la Tierra compiten por ser los primeros en detectar estas evasivas ondas: el
LIGO en Estados Unidos, el VIRGO en Italia, el TAMA en Japón o el GEO en
Alemania; no me olvido del LISA, el futuro detector espacial de ondas gravitacionales.
¿Qué
sorprendentes conocimientos nos aguardan cuando funcionen a pleno rendimiento todos
estos telescopios?
No hay comentarios:
Publicar un comentario