sábado, 19 de septiembre de 2015

La depresión


La reunión, con cena incluida, había resultado un fracaso, mi amigo se quejaba que sus brillantes compañeros le habían deslucido. Seguro que no había leído los consejos que Baltasar Gracián publicó en 1647. En el Oráculo manual y arte de la prudencia puede leerse: “Nunca acompañarse con quien le pueda deslucir, tanto por más cuanto por menos... Campea la Luna, mientras una, entre las Estrellas; pero en saliendo el Sol, o no parece o desaparece. Nunca se arrime a quien le eclipse, sino a quien le realce”. Mi camarada había perdido un posible ascenso, estaba triste. Tengo una depresión -se lamentaba-. No sabía lo que decía.

La Organización Mundial de la Salud declaró, en 2012, que había más de trescientos cincuenta millones de personas con depresión. La depresión clínica difiere de la tristeza que a veces nos invade por un fracaso o por la muerte de un familiar. Es más peligrosa y le acompañan unos síntomas identificativos: ideas suicidas, sentimientos de culpa o inutilidad, la mente, en blanco, tiene dificultades para pensar o recordar; falta energía vital, el individuo pierde interés por hacer algo, tiene una sensación de ansiedad y presenta carencia o exceso de sueño y apetito. ¿Qué cambios bioquímicos en el cerebro explican estos síntomas? Los fisiólogos han averiguado que muchas depresiones se deben al mal funcionamiento de circuitos cerebrales -ubicados en la amígdala, el hipotálamo y áreas corticales- que transmiten señales usando las moléculas serotonina y noradrenalina. Concretamente, parece que la disminución de serotonina, que opera disminuyendo la noradrenalina, constituye un agente causal de la depresión. Además, los circuitos cerebrales encargados de controlar las actividades de algunas hormonas funcionan mal; los datos apuntan que una activación crónica del eje hipotálamo hipófisis adrenal podría desencadenar la enfermedad. Al curioso lector  que se pregunte por el significado del eje de tan sofisticado nombre, le diré que se trata de un sistema que organiza la respuesta al estrés e induce los cambios fisiológicos que preparan al organismo para la lucha o la huida.

La identificación de varios genes que predisponen a la depresión y los resultados de experimentos que se han efectuado con ratas y monos nos plantean profundas cuestiones. En individuos con predisposición genética, el mal trato y el abandono infantil instan cambios permanentes en el cerebro en desarrollo; cambios que vuelven más vulnerable a la depresión a una persona durante toda su vida. Seguro que el lúcido lector ya se está planteando cómo mejorar la protección a la infancia.

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