La
reunión, con cena incluida, había resultado un fracaso, mi amigo se quejaba que
sus brillantes compañeros le habían deslucido. Seguro que no había leído los
consejos que Baltasar Gracián publicó en 1647. En el Oráculo manual y arte de
la prudencia puede leerse: “Nunca acompañarse con quien le pueda deslucir,
tanto por más cuanto por menos... Campea la Luna, mientras una, entre las
Estrellas; pero en saliendo el Sol, o no parece o desaparece. Nunca se arrime a
quien le eclipse, sino a quien le realce”. Mi camarada había perdido un posible
ascenso, estaba triste. Tengo una depresión -se lamentaba-. No sabía lo que
decía.
La
Organización Mundial de la Salud declaró, en 2012, que había más de trescientos
cincuenta millones de personas con depresión. La depresión clínica difiere de la tristeza que a veces nos invade por un fracaso o por la muerte de un familiar.
Es más peligrosa y le acompañan unos síntomas identificativos: ideas suicidas,
sentimientos de culpa o inutilidad, la mente, en blanco, tiene dificultades
para pensar o recordar; falta energía vital, el individuo pierde interés por
hacer algo, tiene una sensación de ansiedad y presenta carencia o exceso de
sueño y apetito. ¿Qué cambios bioquímicos en el cerebro explican estos
síntomas? Los fisiólogos han averiguado que muchas depresiones se deben al mal
funcionamiento de circuitos cerebrales -ubicados en la amígdala, el hipotálamo
y áreas corticales- que transmiten señales usando las moléculas serotonina y
noradrenalina. Concretamente, parece que la disminución de serotonina, que opera disminuyendo la noradrenalina, constituye un agente causal de la depresión. Además, los circuitos cerebrales encargados de controlar
las actividades de algunas hormonas funcionan mal; los datos apuntan que una
activación crónica del eje hipotálamo hipófisis adrenal podría desencadenar la
enfermedad. Al curioso lector que se
pregunte por el significado del eje de tan sofisticado nombre, le diré que se
trata de un sistema que organiza la respuesta al estrés e induce los cambios
fisiológicos que preparan al organismo para la lucha o la huida.
La
identificación de varios genes que predisponen a la depresión y los resultados
de experimentos que se han efectuado con ratas y monos nos plantean profundas cuestiones.
En individuos con predisposición genética, el mal trato y el abandono infantil instan
cambios permanentes en el cerebro en desarrollo; cambios que vuelven más
vulnerable a la depresión a una persona durante toda su vida. Seguro que el lúcido
lector ya se está planteando cómo mejorar la protección a la infancia.
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