sábado, 13 de diciembre de 2014

Inesperada utilidad de las ceras


¿Es aficionado a usar cosméticos el gallardo lector? ¿No? Aun así, seguro que utilizará betunes para su calzado ¿Tampoco? He comprendido: no le importa la apariencia, ¿tampoco la de la fruta que come? ¿No ha alabado el brillo de las manzanas y naranjas en la frutería? Si alguna vez ha comido los frutos brillantes, o usa cosméticos o limpia sus zapatos con betún, ha estado en contacto con las ceras.

Las glándulas cutáneas de los animales vertebrados segregan ceras como recubrimiento protector para mantener la piel (y el pelo, la lana o las plumas) flexible, impermeable y lubricada. ¿Acaso no admiramos las plumas de los pingüinos, que permanecen perfectamente secas después de una inmersión? No se quedó atrás el reino vegetal en el uso de tan útil invento: las hojas de muchas plantas están recubiertas por una capa de cera, y ahí está la brillante apariencia del acebo para demostrarlo; evitan así la evaporación excesiva del agua y se protegen contra los ataques de insectos y parásitos. Como no podía ser de otra manera los humanos nos aprovechamos de algunas de ellas. La cera –con la que se elaboran algunas velas- es el componente principal del material con el que abejas construyen los panales de sus colmenas. El cráneo del cachalote y las grasas de las ballenas contienen espermaceti, una cera muy demandada en la industria cosmética, que puede ser sustituida, si se quiere evitar la matanza de los grandes cetáceos, por el aceite de jojoba (Simmonsdia chinensis), otra cera producida por un arbusto originario del desierto norteamericano. Al erudito lector interesado en su composición química le aclararé que estos singulares compuestos son uniones (ésteres es el término técnico) de ácidos orgánicos y alcoholes que poseen muchos átomos de carbono (dieciséis y treinta la cera de abeja, dieciséis -o catorce- y dieciséis el espermaceti y veinte y veintidós el aceite de jojoba).

No me olvido de la cera de carnauba, que se extrae de la palmera sudamericana Copernicia prunifera, y que debería resultar muy familiar al frugívoro lector. Su espléndido brillo no sólo la convierte en un ingrediente indispensable para los betunes del calzado, sino también en un producto imprescindible para encerar algunas frutas después de la cosecha; con el tratamiento los agricultores consiguen mejorar la apariencia del fruto -con los ojos también se come-, conservar su lozanía y alargar su vida: porque impide la deshidratación y preserva del ataque de hongos y bacterias. Sí, sorprendido lector, a menudo, en los postres, degustas cera.

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