La
contaminación química es difícil de apreciar: no se ve, ni se oye, ni huele;
sin embargo no hay lugar del planeta libre de ella. En el pasado los
científicos la estudiaron en el suelo, el agua y el aire; ahora, en las personas,
y los resultados son alarmantes: muestran que tenemos decenas de contaminantes
dentro de nosotros. En 2004 catorce ministros de trece países de la Unión
Europea se dejaron analizar la sangre; se pretendía examinar la existencia de
ciento tres productos químicos extraños: se detectaron cincuenta y cinco, el ministro
más contaminado contenía cuarenta y tres y el menos treinta y tres.
Me
voy a fijar en unos compuestos químicos cuyo uso es habitual y que tienen una
acción similar a las hormonas femeninas (estrógenos). El bisfenol A se utiliza
para fabricar plásticos (policarbonatos) con los que se elaboran utensilios de
cocina, botellas, biberones, latas de refresco o de comida precocinada, gafas y
empastes dentales; el calor, hervir un biberón por ejemplo, libera el bisfenol
A; el calor de la pizza también libera el bisfenol A que contiene el envase de cartón
reciclado en que se transporta. Los ftalatos aumentan la flexibilidad de los plásticos
que se usan en los juguetes de los niños y en los juguetes sexuales de los
adultos, también en los esmaltes de uñas, adhesivos, masillas y pigmentos de
pinturas. Los parabenes se utilizan como bactericidas y fungicidas en champús, desodorantes,
cremas hidratantes, geles para el afeitado, protectores solares, dentífricos y
aditivos alimentarios. Dosis muy bajas del primero causan anormalidades en los
embriones de ratones; los segundos provocan la feminización del feto; se han
encontrado los terceros en los tumores de mama y se sospecha que proceden de su
aplicación en las axilas.
El
doctor Nicolás Olea, investigador de la Universidad de Granada y experto en las
consecuencias que los compuestos químicos ambientales tienen en nuestra salud, ha
declarado que, si bien en el mejor de los casos se ha analizado la toxicidad individual
de cada sustancia, nadie ha hecho exámenes de los efectos del cóctel de varias.
Nadie sabe cómo afecta a nuestra salud la acción simultánea de todos los
contaminantes encontrados en nuestra sangre. Ante la incertidumbre –avisa- sólo
cabe actuar de acuerdo con el principio de precaución: deben adoptarse medidas
protectoras ante la sospecha de que productos o tecnologías creen un riesgo
grave para la salud o el medio ambiente, pero sin que se cuente todavía con una
prueba científica definitiva. ¿Actuamos así?
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