El
Sol llenaba ya el ámbito del patio. En su escondite del ciprés, el ruiseñor
había enmudecido. Sólo cantaba el surtidor en el espacio claro de la mañana. Mientras
contempla amanecer, el indolente escritor recuerda que la Tierra recibe del Sol
la misma intensidad de luz que emite un láser. Un láser que viene a ser una
superlinterna que irradia luz diferente de la habitual. Me explicaré. Tanto la
luz como la materia están hechas por minúsculas partículas, fotones una, átomos
la otra. Los átomos contienen electrones que se disponen en órbitas (orbitales
sería la palabra técnica) alrededor de un núcleo central. En su estado habitual
–fundamental-, los electrones residen en las órbitas bajas; pero hay veces que absorben
energía del exterior y ascienden a órbitas más elevadas (un físico diría que pasan
a un estado excitado). Un electrón que se encuentra en una órbita alta
descenderá espontáneamente a una baja emitiendo un fotón, pero no uno
cualquiera, sino aquél que contiene la energía que le sobra. ¿Qué sucedería
entonces si se bombardease un electrón excitado con un fotón que contuviese la
energía justa? ¿Subiría a una órbita más elevada? Einstein dedujo unas
ecuaciones que le revelaron que descendería de órbita, y que, en el descenso,
emitiría dos fotones sincronizados (coherentes, según los expertos) y con la
misma energía (vulgarmente diríamos del mismo color, monocromáticos).
Abandonemos la teoría y construyamos
un láser sencillo con una mezcla de gases helio y neón. La primera tarea consiste
en proporcionar energía externa (que puede ser electricidad o luz normal) para
que los átomos pasen del estado fundamental al excitado (invertir la población,
dirían los técnicos). A continuación, espontáneamente, un átomo excitado cualquiera
deja de estarlo emitiendo un fotón, el fotón estimulará a otro átomo para que haga
lo mismo y emita dos fotones, que estimularán dos átomos que emitirán cuatro, ocho,
dieciséis, y así sucesivamente se producirá una reacción en cascada que, en
fracciones de segundo, habrá conseguido que todos los átomos excitados emitan
fotones. Para conseguir que la luz tenga los rayos paralelos (el colimado,
señalarían los expertos), encerramos el helio y neón en un cilindro, colocamos un
espejo en cada una de las dos caras circulares y, en el centro de uno de ellos,
hacemos un minúsculo agujero; conseguimos así que sólo los rayos paralelos al
eje del cilindro salgan por la abertura. Ya hemos logrado luz monocromática,
coherente y colimada: hemos obtenido el temido rayo de la muerte, el afable
bisturí láser.
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