Un
desconocido erudito hindú, de hace tres mil o tres mil quinientos años, dejó el
primer testimonio escrito de duda filosófica:
“Después
de todo, ¿quién sabe?, ¿quién podría decir
de
dónde vino todo y cómo ocurrió la creación?
Los
mismos dioses son posteriores a la creación.
Por
tanto, ¿quién puede saber realmente de dónde surgió?
¿Dónde
tuvo su origen la creación entera?
¿Fue
formada por alguien o acaso no lo fue?
Aquel
que todo lo contempla desde el más alto cielo,
sólo
él podría saberlo, pero quizá ni siquiera él lo sabe.”
Cierto,
los humanos no sabemos y queremos saber, para ello, a pesar de la enorme
diferencia entre nuestras capacidades y la realidad que nos afecta, el
científico examina lo muy grande y lo muy pequeño, lo lento y lo rápido, lo caliente
y lo frío (los fenómenos de altas energías y los de bajas), los objetos que
tienen muchos componentes (cumplen leyes estadísticas) y los de pocos
(manifiestan increíbles efectos cuánticos), las conexiones entre los
componentes y todas las demás circunstancias que pueda idear. Algunas veces halla
los límites en su cuerpo: no disponemos de sentidos para detectar el magnetismo,
como hacen algunas aves y algún mamífero marino, ni percibimos la electricidad,
como los tiburones; algunos insectos ven la luz ultravioleta y los calamares incluso la luz
polarizada, nosotros sólo vemos las radiaciones electromagnéticas cuya longitud
de onda está comprendida entre trescientos ochenta y setecientos sesenta
nanómetros; los elefantes perciben infrasonidos y los murciélagos y delfines ultrasonidos,
los humanos únicamente oímos las ondas sonoras comprendidas entre veinte y veinte
mil hertzios. La naturaleza también nos impone trabas: el humano contemporáneo
todavía no ha asimilado una limitación que se relaciona más con la técnica que
con la ciencia: el carácter finito de los recursos naturales de la Tierra: el
agua limpia merma, cambia la composición de una atmósfera que cada vez se nota
más sucia, el suelo se erosiona (un sinónimo de desaparece), algunos minerales comienzan
a escasear, se pierden especies de seres vivos. Sí, el universo abarca desde
las gigantescas galaxias hasta las minúsculas partículas subatómicas, sin
embargo, la tecnología de lo ínfimo -la nanotecnología- y de lo gigantesco -la
terraformación de planetas- pertenece al futuro. Tal vez llegue un día en el
que se conviertan en realidad. Mientras, protejamos la familia humana, cuidemos nuestro hogar planetario y amemos el saber, ¿hay algo más noble?
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