Se estima que los insectos,
sobre todo las abejas, polinizan a la tercera parte de los vegetales que nos
alimentan. ¡Nada menos! La especie de abeja mejor conocida, la doméstica, vive
en sociedades formados por tres clases de individuos: las obreras realizan
múltiples trabajos, segregan la cera con la que construyen panales, vigilan, limpian,
mantienen la colmena, crían las larvas, recolectan el néctar y el polen, y
fabrican la miel; la labor de la reina y los zánganos, en cambio, es única -y
sospecho más cómoda-, aquélla deposita los huevos y éstos fertilizan a una
nueva reina. Muchas especies de abejas, avispas, termitas y hormigas son
capaces de lograr asombrosas organizaciones, en las que sus miembros acometen
tareas muy diferentes, desde la búsqueda de comida o la construcción del nido, hasta
el reconocimiento de los miembros de su propio grupo, incluso son capaces de
responder a variaciones de las circunstancias ambientales mediante el ajuste
del número de obreras. Las habilidades colectivas de los insectos sociales
intrigan a los científicos. ¿Cómo logran construir habitáculos tan complejos?
¿Qué mecanismo regula las actividades individuales en el enjambre? Parece como
si un agente invisible coordinase las actividades de todos los individuos; y no
es así. El plan de construcción se debe a una sucesión de estímulos que cambia
a medida que progresa la construcción. La naturaleza de estas interacciones y el
tratamiento de la información individual, así como la diferencia entre el comportamiento
solitario y el comportamiento social siguen siendo un misterio; aunque ya se
atisba cierta comprensión: los fenómenos de cooperación de los insectos se
parecen a los fenómenos de auto-organización que aparecen espontáneamente en estructuras
disipativas, tales como las células de convección en los fluidos o las reacciones
químicas oscilantes.
Los constructores de
robots quieren imitar a estos insectos; pretenden reemplazar grandes robots complejos,
pero frágiles, por ejércitos de pequeños robots simples, pero colectivamente
robustos. Y han inventado la noción de inteligencia de enjambre para designar la
capacidad de un grupo de agentes naturales o artificiales, que coordinan sus
actividades con el fin de realizar una tarea global compleja; agentes a los que
se ha equipado con reglas de comportamiento sencillas, fundadas en
informaciones locales dispersas por el ambiente. El comportamiento colectivo –consideran-
quizá sea consecuencia de instrucciones individuales simples.
El escritor se
imagina un futuro en el que pululan enjambres de minúsculos robots trabajando
en una industria o empleados en un ejército, y no sabe si reír o llorar.
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