Ni
en Islandia, ni en Nueva Zelanda, ni siquiera en Yellowstone se hallan los
campos de géiseres más grandes conocidos; hay que buscarlos fuera de la Tierra.
Uno de los mayores espectáculos del sistema solar se halla en Encélado, la luna
de Saturno, allí, el turista del futuro observará los más majestuosos géiseres de
nuestro vecindario astronómico. Si se calienta una región, bajo la superficie helada
de una luna de cualquiera de los cuatro planetas exteriores, el material calentado
saldrá hacia arriba, y constituirá un cono por cuyas laderas caerá el hielo
derretido; en resumen, se formará un volcán extraterrestre de hielo y agua (un
criovolcán). Parece absurdo, ¿no? Sin embargo, fenómenos volcánicos protagonizados
por el agua podrán contemplarse, además de en Encélado, probablemente en otras
lunas: en Europa y Ganimedes de Júpiter, en Titán de Saturno, en Miranda de
Urano y en Tritón de Neptuno.
Los
geólogos estaban convencidos de que se necesitaban altas temperaturas para formar
los volcanes: erraban, el requisito imprescindible es la diferencia térmica. A
pesar de las bajas temperaturas (decenas de grados bajo cero) y de los
diferentes materiales que los componen, la estructura de los criovolcanes es
idéntica a la de los volcanes terrestres de roca derretida. En vez de lava, la
erupción consiste en la emisión de agua (también de amoníaco y metano) en
estado líquido o en estado de vapor, materiales que, tras la erupción, se
solidifican debido a las bajas temperaturas superficiales del satélite; como lo
hace la lava terrestre. En resumen, el agua líquida desempeña el papel de la
lava (o del magma), mientras que el hielo representa el papel de la roca.
¿De donde procede la energía
necesaria? Del calentamiento interno del satélite; probablemente debido a las
fuerzas gravitatorias de marea, similares a las fuerzas lunares que influyen en
las mareas terrestres; estas fuerzas generan una fricción en el hielo que engendra
el calor suficiente para derretirlo y producir la erupción. En el caso de los astros
más lejanos que Neptuno (como Quaoar) los geólogos desconocen la fuente de
energía; y, a falta de otro candidato, proponen la radiactividad natural.
Por
último, algunos biólogos especulan con que los criovolcanes podrían albergar vida
(bacterias extraterrestres, no vegetales ni animales, por supuesto), igual que lo
hacen las fuentes hidrotermales en las fosas marinas terrestres. Es tan bello
soñar...
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