sábado, 28 de enero de 2012

¿Todos somos creyentes?

Benito Feijoo, el más famoso miembro de la Ilustración española, publicó más de un centenar de discursos entre 1726 y 1739. Los temas son diversos, pero todos se hallan presididos por el afán de erradicar la superstición y por el empeño en divulgar la ciencia. Tomando como jueces decisorios las observaciones y la razón, el ilustre erudito criticó las ideas irracionales y las creencias en las artes adivinatorias, denunció a los curanderos y reprobó la astrología. Tres siglos escasos después, hemos avanzado en el camino de la racionalidad, pero mucho menos de lo que algunos desearíamos. Lea, el lector escéptico, los resultados de una encuesta efectuada en los Estados Unidos de América, la sociedad tecnológicamente más desarrollada del planeta: setenta y tres de cada cien encuestados creen en un fenómeno sobrenatural, al menos; en percepciones extrasensoriales, cuarenta y uno; en casas encantadas, treinta y siete; en fantasmas, treinta y dos; en telepatía, treinta y uno; en la clarividencia, veintiséis; y veintiuno de cada cien creen en la posibilidad de comunicarse con los muertos.

 ¿Es posible tal contradicción? Bruce Hood, profesor de psicología en la Universidad de Bristol, sostiene que nuestro cerebro funciona normalmente de manera supersticiosa y que, por tanto, resulta inútil combatir las creencias irracionales. Según él, fracasará quien inste a alguien a abandonar sus creencias, porque el componente irracional opera a un nivel tan fundamental, que ninguna evidencia racional puede erradicarlo; de la misma manera que no podemos eliminar un instinto. Pregúntese el lector curioso si estaría dispuesto a cambiar su anillo de boda por una réplica idéntica; pocas personas lo harían. La diferencia entre atribuir importancia sentimental a los objetos y creer en la religión, la magia o lo paranormal, es sólo de grado, según el prestigioso psicólogo. La fe en lo sobrenatural es extremadamente común y tan inherente a la mente humana que no puede ser eliminada mediante la educación; nacemos con un cerebro preparado para dar sentido al mundo, aunque sea con explicaciones que sobrepasen lo natural, y esta capacidad específicamente humana nos permite adaptarnos y sobrevivir. Nuestro cerebro detesta la incertidumbre; evolutivamente ha sido programado para formularse preguntas sobre la esencia, la causalidad y la finalidad de las cosas, y así opera; pero cuando halla cuestiones incontestables, inventa las respuestas de forma inconsciente: busca patrones donde no los hay, significados donde sólo impera el ruido y causalidades donde rige únicamente el azar.

La vida humana, lector consciente, quizá no sea más que un desafío fugaz al destino adverso. 

2 comentarios:

Aprendiz dijo...

Maravilloso.
Estoy solo en casa, veo pasar un ovillo delante de mí y kantianamente busco la causa de tal efecto. Intuyo que el viento lo movió. Guardo el ovillo en la caja fuerte y sigo leyendo. Al cabo de unos minutos vuelve a pasar gatunamente delante de mí. No le encuentro explicación racional, intuyo que el fantasma de mi suegra lo empujó .Dices que detestamos la incertidumbre, el “horror vacui” de la falta de explicación. Bien.
Entiendo el mecanismo psicológico individual, lo que no logro entender es su aplicación sociológica. ¿Cómo es posible que periódicos serios difundan teléfonos para que gabinetes de médiums adivinen el futuro? ¿Cómo permitimos que los medios propaguen la idea de que el futuro está en la palma de la mano o en el poso de una taza de té o en las cartas del tarot? ¿Cómo es posible que se le dé pábulo a quien dice comunicarse con los muertos?
Cuando la medicina me ha desahuciado voy a un curandero; lo entiendo. Voy porque estoy desesperado, tengo pocas luces, soy extremadamente supersticioso .No entiendo como la sociedad científica (o sociedad moral que marca la línea editorial de los periódicos o las televisiones) no desenmascara estas patrañas, deja que unos timadores monten su timba y se aprovechen de la ignorancia o la inocencia de los desesperados. ¿No es labor de la comunidad científica? ¿No es su responsabilidad pedagógica? Me acuerdo muy bien de Manuel Toharia , un desenmascarador de seudociencias
Creo que falta una teoría social que dé respuesta a este fenómeno. No tengo una teoría pero tengo una analogía. La comunidad científica habla de que el cambio climático es de naturaleza antropológica e irreversible. La sociedad civil o política no atiende a estas demandas.
Gracias por tu blog y tus estimulantes comentarios.-

C. Armesto dijo...

Querido amigo

Como científico comparto plenamente tu perplejidad.
Sin embargo, hago una breve consideración inspirada en el magnífico librito “La perspectivas científica” de Bertrand Russell: “El método científico es empleado por una minoría, que a su vez limita su aplicación a una minoría de cuestiones sobre las que tiene opinión”.

Creo que la responsabilidad moral de amar la verdad y desenmascarar la mentira la tenemos todos y no sólo los científicos; y esa es una decisión moral que no científica. Como habrás adivinado no le tengo ninguna simpatía a las utópicas sociedades gobernadas por minorías de sabios; considero que se trata de una enfermedad que, desde Platón, aqueja a la civilización occidental.

Vuelvo a Russell: “Si el lector cuenta entre sus conocidos a algún eminente hombre de ciencia… sométalos a una pequeña, que muy probablemente dará resultado instructivo. Consúltele sobre partidos políticos, teología, impuestos, corredores de rentas, pretensiones de las clases trabajadoras y otros temas de índole parecida, y es casi seguro que al poco tiempo habrá provocado una explosión y le oirá expresar opiniones nunca comprobadas con un dogmatismo que jamás desplegaría respecto a los resultados bien cimentados de sus experiencias de laboratorio.”

Un saludo de Epi